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Torremolinos

Las Plazas de Torremolinos (V)

Torremolinos no es sólo turismo, fiesta, deportes, playa y sol. Es también arte, cultura, crisol de civilizaciones. En estas crónicas, Jesús Antonio San Martín, desarrolla lo más representativo del ayer y el hoy de Torremolinos.

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Las plazas son los patios de gloria del pueblo, abiertos cuadriláteros de hospitalaria y efervescente alegría y también de penas que se refrescan al aire en un intento de compartirlas con los demás. Para los abuelos son hervideros de nostalgias y de ayeres fotografiados en el lienzo arrugado de sus mentes, tiempos sin reloj, eternamente detenidos, tiempos mejores o peores que la morriña quiere verter con exagerada profusión de palabras en los oídos de quienes tienen voluntad de escuchar, casi siempre oídos de ancianos compatriotas, oídos ya caducos que las manos agrandan intentando captar las ondas sonoras que las más de las veces se escapan como el humo de la fogata hogareña que se ha quedado encendida en la chimenea del recuerdo. Las plazas son pétalos de la flor del pueblo, lozanos pétalos blancos para el niño, para el viejo pétalos soñolientos que se deshojan.
Torremolinos es un mar de plazas grandes y chiquitas, limpias, cómodas, iluminadas, acogedoras. En encanto y funcionalidad lo tienen todo. Tan solo les falta hablar; si lo hicieran, la primera palabra que articularían sería para el visitante. Le dirían, con mayúscula importancia y aún más crecida emoción: "¡Bienvenido!" Una cálida y permanente bienvenida que también va implícita para el residente. Ellas, como las playas que abrazan enamoradas Torremolinos y le estampan siete kilómetros de besos de suave arena, son las perlas deslumbrantes del collar del municipio y las engalanadas novias resplendentes. Eterno amante de playas y plazas, el sol jamás se divorcia de Torremolinos.
Las plazas de la Independencia, Pablo Ruiz Picasso, Costa del Sol, La Nogalera, Andalucía, Río Mesa, Unión Europea, Blas Infante, Comunidades Autónomas, El Remo… todas vibran al unísono en el gran diapasón musical de Torremolinos. Todas interpretan la misma partitura con diferente instrumentación. Todas son cuerdas armoniosas de la misma guitarra. Todas pintan el mismo maravilloso cuadro con distintos colores. Todas protagonizan el sentir y el latir del pueblo a lo largo y ancho del año, en sus variadas manifestaciones folklóricas, festivas, religiosas, comerciales, artísticas y de interés ciudadano. Todas presentan la gracia de la diversidad y al mismo tiempo de la unidad, de la coherencia. No parecen ser distintas plazas dentro del mismo municipio; más bien aparentan ser la misma plaza repartida por distintos lugares de la geografía municipal.
La Plaza del Remo, elocuencia marinera de La Carihuela, exhibe, frente al mar, el grandioso 'Monumento al Pescador', merecido y silente homenaje a la figura de ese hombre valiente que al común de los mortales pasa inadvertido, ese callado torero del mar que a diario se ve obligado a enfrentarse al gigantesco toro que por cuernos lleva olas embravecidas y asesinas. Sin él no sería posible saborear las glorias del famoso "pescaíto" carihueleño. Bien merece esa eminencia marina un monumento y mil monumentos más, que pocos seguirían siendo. El Monumento al Pescador de la Plaza del Remo habla de aquella aún cercana tragedia del pesquero San Carlos, en el que perdieron la vida tantos hombres de la mar, varios de ellos de La Carihuela, que lucharon desesperadamente porque no nos faltara -sí, a todos nosotros- el "pescaíto" nuestro de cada día. Que no se apague en nuestros corazones la llama de la vela de la gratitud.
Plaza singular es la de La Nogalera. Cargada de añoranzas del viejo tren que, al llegar a la arcaica estación, ruidoso tocaba el tambor del llano, como dijera el Poeta de Fuentevaqueros, la Plaza es, toda ella, medio pueblo. Hoy el tren serpentea por las entrañas de la que ya es ciudad y aquella estación que fue delicia de nuestros abuelos y que en la superficie hacia sonar las gracias campanilleras de ayer, se ha hecho mudo y olvidado espíritu en el reino de los más amargos silencios. Tan solo al contemplar las amarillentas y ajadas fotografías de otros tiempos parece aún resonar en los oídos del recuerdo el agrio tintineo campanil de la estación que se alejó con el tren de nuestros mayores.
La Plaza de La Nogalera es ahora otro mundo. El bullicio se ha hecho en ella monumento. Exuberante y magnánima, la Plaza lo da todo: Atracciones musicales, conciertos, espectáculos, exposiciones comerciales, la gran feria anual del Libro, retransmisiones de televisión en directo, festejos populares y celebraciones como los del Día del Residente Extranjero, el Día del Turista y el Día de los Callos. Pero, en el fondo, la Plaza sigue siendo la misma de ayer: no resuena la vieja campanilla de la estación, pero se llena a diario con risas de niños, como ayer, y con voces cascadas de abuelos que cuentan las penas y alegrías de su ayer… como ayer las contaban los suyos.

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