Jerez

Inshallah. Mohamed Saber, Marruecos

La exposición Irrepetibles recorre las historias de vida de personas del mundo que han pasado por Jerez a través de CEAin. Esta es la de Mohamed Saber

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El joven marroquí Mohamed Saber.

Mohamed Saber, protagonista de esta historia irrepetible.

  • Al cumplir los dieciocho años lo acogieron en un piso de ACCEM. Pasados unos meses entró en un piso de CEAin, donde lleva tres años.
  • Sigue jugando al fútbol y ha ganado varias competiciones nacionales e internacionales con su equipo Flamencos Amputados del Sur

Mohamed nació en Bahhara Oulad Ayad, en Kenitra. Los recuerdos de su infancia se remontan a los siete años de edad, y se proyectan como el sol en tardes interminables jugando al fútbol con sus amigos, en el amor inquebrantable y cálido de su madre, en la compañía de su hermano mayor y sus dos hermanas. Pese a ser muy humildes, Mohamed siempre sintió de pequeño que no le faltaba de nada.

"Cuando te vas en la patera nadie sabe lo que va a pasar, tu familia pasa más de veinticuatro horas sin saber nada, preguntándose: ¿habrá llegado? ¿se habrán ahogado?"

Una de esas tardes en las que jugaba al fútbol, sufrió una lesión en una pierna. Le llevaron a casa y su madre llamó a unos hombres que le curaron la herida atándole unos vendajes. «El medico en Marruecos no es gratuito» – me explica Mohamed. «Se supone que sí, pero no lo es. Cuando llegas te mira con mala cara y no te escucha, y tú entiendes que tienes que darle el dinero, si no lo haces te hace marchar lo antes posible sin prestarte atención. En la cola pasa lo mismo, puedes llevar horas esperando, pero si viene alguien con dinero pasa delante de ti. Ojalá en Marruecos fuera como en España».

Al cabo de diez días de las curas, a Mohamed le dolía muchísimo la pierna y fueron al médico. El diagnóstico fue demoledor: los vendajes habían apretado demasiado su pierna y la habían dejado sin riego, provocando la muerte de los tejidos y una infección que ponía en peligro su vida. El único modo de salvarle era cortar la pierna. «Aquello fue muy duro para mi familia, ofrecieron hasta vender la casa para pagar lo que hiciera falta por salvar mi pierna, pero ya no era posible. A mi hermano aquello le afectó especialmente, nunca pudo aceptarlo, lloró mucho por lo que me pasó. Mi madre no sabía cómo decírmelo para que yo no estuviera triste. ¿Cómo le explicas eso a un niño de siete años? Al final me dijo que se tenían que llevar mi pierna para curarla en otro sitio y yo lo creí».

«A los tres meses salí del hospital y mi madre me hacía las curas en casa. Cuando me recuperé volví a jugar al futbol enseguida, me decían que no podía ser, que podía perder la otra pierna, pero yo jugaba, aunque fuera a escondidas. Al principio me ponía de portero y usaba mis muletas para hacer la portería, poco después aprendí a jugar con mi única pierna y las muletas. Era tan bueno que los niños me decían que era porque yo jugaba con tres piernas y ellos solo con dos».

Y es que si en algo coinciden todas las personas que conocen a Mohamed, es en que es un luchador incansable. Él mismo afirma que siempre se esfuerza por perseguir sus sueños: «Siempre he luchado por lo que quiero y doy todo lo que tengo por conseguir cosas buenas en el futuro, inshallah. Tener salud es lo más importante. Le doy gracias a Dios por lo que tengo».

Y es que la falta de medios económicos para acceder a una atención sanitaria digna ha marcado la vida de Mohamed y su familia. En 2011, su hermano mayor se puso enfermo y fue empeorando cada vez más con el tiempo: «Con quince años perdió la vista y a los dieciocho años ya no podía andar ni comer. Los médicos nunca nos decían qué le pasaba y las medicinas que le mandaban no le sentaban bien».

Mohamed está convencido de que todo habría sido muy distinto si su familia hubiera sido rica. «Cuando ya estaba muy mal y no podía caminar, mi madre subía con mi hermano cargado a su espalda por las escaleras hasta el tercer o cuarto piso donde estaba la consulta del médico, porque no había ascensores. Esto la dejaba destrozada por dos o tres días. Tenía que pagar treinta euros sólo por ir a la consulta. Mi madre trabajaba en el campo desde las seis de la mañana hasta las ocho de la tarde, bajo el sol y la lluvia, para pagar el médico y las medicinas de mi hermano».

La madre de Mohamed se llama Safia, pero en español se pronuncia Sabia. «Mi madre siempre ha hecho de padre y de madre, lo hace todo, nos ha llevado a todas partes a mis hermanos y a mí, ha traído el dinero a casa…»

Con quince años, Mohamed estaba estudiando, pero le agobiaba mucho pensar en su futuro: «Pensaba qué sería de nosotros cuando mi madre se hiciera mayor o qué pasaría si nos faltara. Quería trabajar para ayudar, pero también sabía que con mi discapacidad nadie me iba a dar trabajo». Cuando le planteó a su madre la posibilidad de venir a España como habían hecho algunos de sus amigos su madre se enfadó: «Ninguna madre quiere que su niño se eche al mar».

Pero Mohamed estaba decidido. «Las cosas hay que buscarlas, no basta con decir “tengo a Alá”. Alá guarda algo para todos, pero tienes que moverte para encontrar lo que tiene guardado para ti».

La primera vez que intentó cruzar el estrecho no lo consiguió, pero no se dio por vencido. «La segunda vez fue la peor, nos cogió la policía y nos enviaron de vuelta. Lo pasé fatal porque iba sentado encima de gasolina, que mezclada con el agua salada del mar me produjo unas quemaduras terribles».

«Cuando te vas en la patera nadie sabe lo que va a pasar, tu familia pasa más de veinticuatro horas sin saber nada, preguntándose: ¿habrá llegado? ¿se habrán ahogado? Cuando llegué a casa me encontré a mi madre junto a la puerta, me abrazó y me dijo: “no dejaré que te vayas nunca más” y yo también lo dije, que no lo haría nunca más». Mohamed me cuenta que ese día estaba tan cansado que sólo pudo beber agua y acostarse. A la mañana siguiente la gente fue a visitarle: «En Marruecos tenemos esa costumbre, cuando alguien vuelve del agua es como si hubiera vuelto a nacer, se celebra como cuando nace un niño».

Mohamed recuerda entre risas que aquella mañana el pantalón se le había quedado pegado al culo con las quemaduras. «Al quitármelo me llevé la piel y mi madre me decía ¿pero niño qué te has hecho? Y me perseguía para curarme con Betadine y a mí me daba vergüenza» -recuerda Mohamed. «Me pasé toda la fiesta del cordero comiendo tumbado boca abajo, ¡no pude sentarme en un mes!».

Volvió a estudiar de nuevo y a seguir con su vida, hasta que un día recibió la llamada de un hombre de confianza que le propuso intentarlo de nuevo.

«En ese tercer intento íbamos setenta y ocho personas en la patera, entraba mucha agua y la gente estaba nerviosa, se insultaban y peleaban. Pero después de veinticuatro horas llegamos, gracias a Dios». Mohamed tenía dieciséis años. «Cuando llegué y empecé a escuchar a la gente hablando en español me sentí muy contento, era mi sueño llegar aquí. En tres días casi no podía dormir de la alegría. Me despertaba pensando que seguía en Marruecos y de pronto me daba cuenta de que lo había conseguido y no me lo creía».

Estuvo en un centro de menores de Jimena de la Frontera, junto a otros chicos en su misma situación. «Había muchos que se querían ir del centro, querían irse a Barcelona o a Bilbao, yo hablaba con ellos e intentaba hacerles cambiar de idea, les decía “¿qué vas a hacer solo allí? Ten paciencia, poco a poco todo llegará”». Un día jugando al fútbol en el centro de menores, un hombre lo vio y le pasó al director del centro el contacto de un club de fútbol de amputados. Al cumplir los dieciocho años lo acogieron en un piso de ACCEM. Pasados unos meses entró en un piso de CEAin, donde lleva tres años.

Actualmente, Mohamed está estudiando la Educación Secundaria para Personas Adultas y aprendiendo inglés en la Escuela Oficial de Idiomas. Tras varias operaciones, por fin tiene la prótesis en la pierna que tanto tiempo ha esperado. Sigue jugando al fútbol y ha ganado varias competiciones nacionales e internacionales con su equipo Flamencos Amputados del Sur, en la Federación Española de Deportes de Personas con Discapacidad Física. En 2021 ganaron el Campeonato de España.

Mohamed no cobra ninguna ayuda por su discapacidad en España porque no es español y la lesión no se la hizo aquí.  «Me siento muy agradecido de estar en el programa de CEAin: tengo comida, ropa, un lugar donde dormir, estoy estudiando para mi futuro… pero estar lejos de tu familia es lo peor, echo tanto de menos a mi madre… Cuando tu casa se queda sin su voz, entiendes lo que significa la palabra de una madre. Yo ahora quiero conseguir trabajo para devolverle aunque sea un uno por ciento de todo lo que ella ha luchado por nosotros.

Hay cosas que la vida ya no le va a devolver. «Yo amo a mi país porque tengo mi familia allí, pero no se respetan los derechos humanos. Si esto no fuera así, yo no estaría aquí».

El hermano mayor de Mohamed falleció en 2020, pero él no pudo ir a su funeral porque aún no tenía los papeles. Este año ha sido la primera vez que ha podido volver, después de cuatro años. «Cuando mi madre me vio llegar con las dos piernas se echó a llorar. Me fui siendo un niño delgadito y tonto, con una sola pierna, y volví siendo mayor, más gordito, con mi prótesis… ¡aunque mis primos dicen que sigo siendo igual de tonto! (se ríe). Mi madre está súper orgullosa de mí porque sabe que tiene un niño luchador. Hay chavales que cuando llegan a España y están sin su familia se pierden y cambian mucho, toman un camino malo. Yo estoy aquí por mi futuro, dando gracias cada día por CEAin y por Tamara, que siempre está conmigo, siempre me anima y me da mucho cariño. CEAin aquí es mi familia».

«Lo único que espero ahora es conseguir un trabajo. No sé qué va a pasar mañana, sólo sé lo que hay en mi corazón. Estoy contento de estar aquí, sigo luchando, viviendo y disfrutando del día de hoy. Poquito a poco, inshallah».

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