No creí que pudiera pasar, pero me he tenido que rendir ante lo que ha terminado por convertirse en una obviedad: el nivel y la calidad de muchas de las series de televisión que se hacen hoy en día en Estados Unidos están muy por encima de la mayoría de películas que se estrenan en los cines. Es más, no creí que pudiera pasarme a mí: he dejado de ir al cine en las últimas dos semanas para quedarme en casa encerrado viendo los capítulos de varias series de televisión que no puedo evitar recomendar y a las que estoy perdidamente enganchado: Deadwood, Criando malvas y Sagre fresca (True blood). Las tres sólo han estado en nuestro país al alcance de los espectadores con canales de pago, aunque las ediciones en dvd y las descargas por internet han permitido que hoy en día estén al alcance del resto de mortales, incluso de los que pese a pagar por esos canales, no han tenido la oportunidad de verlas.
Deadwood ya culminó sus emisiones hace un par de años. Consta de tres temporadas de 12 capìtulos cada una y la primera de ellas se remonta al año 2004. Ha sido uno de los productos estrella de la HBO junto con Los Soprano, Weeds, Sexo en Nueva York... -ya hemos citado en anteriores ocasiones el gran favor que le ha hecho este canal al mundo de la televisión para adultos-. Su título es el del nombre de una ciudad del Oeste, ubicada en territorio salvaje (año 1879), todavía no anexionado al gobierno de los Estados Unidos, en el que no impera más ley que la de cierta cordura impuesta por determinados referentes sociales y donde se congregan, principalmente, buscadores de oro y comerciantes decididos a abrir mercado en una ciudad en expansión. La galería de personajes que desfilan por los diferentes escenarios son absoltamente memorables, así como el realismo descriptivo que impera en cada una de las secuencias. El primer capítulo lo dirige y produce Walter Hill (Forajidos de leyenda), aunque ni directores ni guionistas suelen repetirse en las diferentes entregas, sin que por ello baje ni el nivel ni el interés de una narración de una magistral brutalidad en la que sobresalen unos diálogos excelentes, muy en la línea de lo que ha conseguido recientemente Ed Harris en cine con Appaloosa.
A Criando malvas ya le dediqué un apartado especial en este blog. Hace un par de semanas terminó la emisión de su primera temporada, y el nostálgico recuerdo sobre el pastelero que resucita a los muertos para descubrir a sus asesinos y el de su novia resucitada a la que no puede tocar para no volverla a matar ha sido tan intenso que he logrado que me pasen los episodios de la segunda temporada que está a punto de acabar en Estados Unidos. Por ahora sólo he visto dos capítulos en los que destaca el apreciable incremento presupuestario para la creación de escenarios fantásticos y mayores dosis de comicidad, al tiempo que se exploran nuevas vertientes de esa insostenible relación amorosa entre la pareja protagonista. Anna Friel, por cierto, sigue igual de encantadora y Lee Pace cada vez se parece más a Gregory Peck.
Por último está True Blood, de la que llevamos dos episodios en Canal+. Por ahora no tengo excesivas certezas sobre su calidad global, ni siquiera sobre cierto interés definitivo, pero por sus primeros capítulos sobrevuela una sensación estremecedora que pone los pelos de punta y promete territorios inexplorados tan impactantes como los de la ferocidad con la que follan esta nueva generación de chupasangres.
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