Una del oeste
Tengo un recuerdo algo vago, aunque perdurable, por las sensaciones que aún conservo, de El tren de las 3 y 10 (1957). La vi siendo niño en un pase por televisión y no se me olvidan ni Glen Ford ni Van Heflin (un buen actor secundario de los cuarenta y cincuenta, presente en títulos impescindibles como Los tres mosqueteros o Raíces profundas), ni la tensa espera vivida por ambos en el famoso tren, ni su blanco y negro, ni la dirección de Delmer Daves.
Esta semana se ha estrenado una nueva versión de aquel filme, aunque no se trata de un remake al uso. Y es importante subrayar esta circunstancia para eludir lógicos prejuicios que vayan de inicio en contra de este más que interesante trabajo. El primer prejuicio, inevitable, tiene que ver con hacer una película que ya existía. El segundo, con el género al que pertenece el propio trabajo, el western, que vivió en los setenta sus últimos instantes de gloria antes de caer en el olvido, del que sólo ha sido rescatado puntual y meritoriamente por escasos autores -el caso más conocido, el de Clint Eastwood -y, siempre, con un nuevo enfoque que aporta mayores dosis de realismo al concepto mítico del género por sí mismo. En este sentido, rescatar un título de hace medio siglo y perteneciente a un género sólo al alcance de grandes maestros -en su mayoría todos muertos-, puede suponer una afrenta a los conocedores del filme de Daves y, por ende, a los amantes del cine del oeste, pero en la ecuación falta un tercer elemento, que es el que nos ofrece una perspectiva diferente desde la que disfrutar con esta propuesta: el del autor de la historia en que se basan las dos versiones de El tren de las 3.10 (3.10 to Yuma), el escritor Elmore Leonard. Así pues, más que de una nueva versión del clásico con Glen Ford, hay que hablar de una nueva adaptación al cine de la novela corta escrita a principios de los cincuenta por Leonard y por la que cobró dos centavos por palabra, según las condiciones del editor que publicó sus primeros trabajos, todos ellos vinculados a la temática del far-west.
Superados esos prejuicios, basta con entregarse a disfrutar de esta película del oeste que, aunque contagiada de esa moderna perspectiva del realismo escénico e histórico de los últimos grandes westerns, nos remite al espíritu aventurero, osado y heroíco de otras películas, más o menos míticas del género. El protagonista inicial es un granjero lisiado que apenas tiene dinero para afrontar el pago de una deuda por sus tierras y se ofrece voluntario para escoltar a un sanguinario pistolero hasta Contention, ciudad donde tomarán un tren que llevará al prisionero hasta la prisión de Yuma. Durante la larga travesía, deberán estar pendientes de que intente escapar y acelerar el ritmo para evitar ser atrapados por los compinches de la banda del detenido, que siguen sus pasos para evitar que suba al tren. Christian Bale (el actual Batman) hace una excelente composición del escolta voluntario y Russell Crowe aporta la simpatía necesaria al intratable delincuente, elevando el interés del desarrollo de una historia que tiene una muy entretenida evolución, al tiempo que profundiza en el auténtico duelo que marca toda la narración, el de dos personajes, cada uno de ellos a un lado de la ley, pero vinculados moralmente por su concepción del honor. Así, el granjero ensalza la bonad y virtudes del ser humano, pero no puede eludir los atractivos de una figura tan censurable como la del pistolero, mientras que éste, que se retrata a sí mismo como una mala persona, termina seducido por la entrega que el otro demuestra hacia su familia y, especialmente, hacia sus hijos. Entre ambos, paisajes legendarios, cazafortunas, el ferrocarril, los indios, los sheriffs y un auténtico malo por excelencia muy a la altura, Ben Foster, como el asesino lugarteniente del prisionero, que es quien guía a la banda hasta la estación de tren.
En definitiva, El tren de las 3.10 es una buena oportunidad para volver a saborear parte de la esencia del cine del oeste, y no me refiero a determinados tópicos, sino a la forma en que estaban narradas esas películas. Muchos espectadores podrán hacer memoria y no sólo recuperar las sensaciones de aquel primer Tren de las tres y diez, sino las de otras tantas películas con las que ésta guarda determinadas similitudes, desde Camino de la horca, hasta El último tren de Gun Hill, pasando por el mismísimo Río Bravo o la también célebre Solo ante el peligro.
Elmore Leonard
Como apuntaba, una de las claves de la nueva versión de El tren de las 3.10 radica en que es un nuevo acercamiento al relato corto de Elmore Leonard y no tanto una copia de la película de Delmer Daves. Leonard tiene en la actualidad 83 años y sigue publicando novela negra, género en el que se afianzó tras sus inicios en publicaciones sobre historias del oeste. De hecho, está considerado uno de los renovadores del lenguaje de la novela negra, aunque ésta será cuestión que deje en manos de Carlos Manuel López Ramos, que para eso sabe mucho más que nosotros de este asunto. Lo curioso de la obra de Leonard es que ha estado vinculado al mundo del cine desde sus inicios como escritor, aunque no fue hasta mediados de los noventa cuando comenzó a reivindicarse desde el propio cine el valor de sus novelas y el interés cinematográfico de sus historias, tal vez porque en un primer periodo fue el western el que se surtió de sus relatos y, una vez el género en desuso, se atendió a su otra gran producción literaria como fuente de inspiración.
Así, junto a la de El tren de las 3.10, hay otras cuatro interesantes películas del oeste basadas en creaciones de Leonard. La primera de ellas, posiblemente la mejor de todas, Los cautivos, dirigida por Budd Boetticher, e interpretada por Randolph Scott. Le sigue, Un hombre, dirigida por Martin Ritt e interpretada por Paul Newman; y por último, Joe Kid, de John Sturges y con Clint Eastwood, y Que viene Valdez, un western tardío de los primeros setenta con Burt Lancaster como protagonista.
El interés por Leonard no volvería a recuperarse hasta mediados de los noventa. Fue gracias a Quentin Tarantino, que eligió su novela Cocktail explosivo para realizar Jackie Brown, sin duda la mejor película del director de Pulp Fiction. Desde entonces, el nombre de Elmore Leonard ha figurado en numerosas adaptaciones de otras tantas novelas suyas, a veces con una calidad no siempre a la altura del autor, como ocurrió en Como conquistar Hollywood, y en otras con mucho mejor acierto, caso de Out of sight (Un romance muy peligroso), dirigida por Steven Sodebergh. En breve verá la luz la adaptación de su obra más reciente, Killshot, a la que han rodeado numerosos problemas de distribución y que, finalmente, parece que se proyectará en salas de cine ayudada por el renovado interés hacia Mickey Rourke, protagonista de la cinta junto a Diana Lane, después de las elogiosas críticas recibidas en Venecia por su personaje en la película ganadora The wrestling. De todas formas, y pese al interesante reparto de Killshot, no debe haber sido muy bueno el resultado final para que los productores se hayan pensado mandarla directamente al mercado del dvd.
Una de anuncios
Me comenta un amigo si no me he percatado de la cantidad de anuncios que aparecen actualmente en televisión dedicados a promocionar cepillos, dentífricos y productos destinados a blanquear los dientes. Caigo en la cuenta y no puedo dejar de darle la razón. El va más allá y alude a una especie de complot, campaña o movimiento orquestado que parece responder a una serie de modas o tendencias que nos pretenden inculcar desde la televisión con cada nueva temporada. Posiblemente sea un caso digno de estudio, aunque mejor estudio y censura merecen determinados anuncios que están emitiéndose desde hace algunas semanas por la pequeña pantalla. Tal vez no sepan ya que inventar con tal de llamar la atención y lograr que se hable del producto, aunque sea mal, pero hay que remontarse muy atrás en el tiempo para encontrarse con spots tan estúpidos -confunden la estupidez con el absurdo en busca de la comicidad y complicidad con el espectador-. A mí no me queda más remedio que cambiar de canal cuando me los encuentro; me refiero a uno de una compañía de seguros y a otro de una bebida refrescante. Como diría otro amigo mío, “pa´haberse matao“.