Desde el campanario

El toro pintado de negro

Los sanfermines de Pamplona suponen una sesión de spa y masaje para los toros de lidia.

Hace unos días se me puso a tiro un pequeño artículo de Manuel Vicent, como sabéis, autor de Tranvía a la malvarrosa, donde en un singular ejercicio de nostalgia, el octogenario escritor narra con su personal prosa costumbrista, la vinculación confederada que las frutas y las verduras mantienen con el santoral católico a través de los tiempos. Alcauciles por Semana Santa. Brevas por San Juan. Mandarinas por los Difuntos. Castañas en Navidad... Tradiciones de nuestra discrepante Mater España. Zurda, diestra. Catalana, andaluza. Mora, cristiana. Perversa, bendita. Seria, jubilosa y blanca o blaugrana en distintas estaciones del año, pero siempre cruenta al llegar el verano, cuando las múltiples celebraciones taurinas tiñen de rojo el sol a la hora del crepúsculo con la sangre derramada en los redondeles de suplicio y en otras mil formas de mutilar astados indefensos para demostrar al mundo entero, lo legendarios que llegamos a ser en esta tierra con la barbarie animal. Si relegamos por un momento la perspectiva artística y la diversión popular como única coartada para sustentar la supervivencia del circo taurino, no creo que nadie rehúya definir como un verdadero anacronismo el sufrimiento de un animal, al que punzan, banderillean, estoquean, descabellan y apuntillan hasta la muerte ante la complacencia de un público fervoroso acreditado solo por el aval de la costumbre. A partir de ahí quedan abiertas las dos corrientes de opinión. Lo racional contra la crueldad. Lo espectacular contra lo dramático. Lo sensato contra lo absurdo. Lo equilibrado contra lo vehemente. Lo ancestral contra la evolución o lo justificable contra lo rebatible. No obstante, y comparando el padecimiento al que son sometidos estos animales en nombre de una tradición decadente, los sanfermines de Pamplona suponen una sesión de spa y masaje para los toros de lidia.

Con las Vírgenes y los Santos, las picotas y las ciruelas, también germinan en la áspera Mater España la barbarie y la paranoia. Verano de Fiestas donde la silueta en color negro del majestuoso animal, exhibida con orgullo como símbolo nacional en banderas, carteles predominantes y cualquier tipo de objeto, se convierte en una grotesca caricatura despedazada por la irreflexión del conservadurismo más precario y disparatado.

El hombre acabó con las Justas del medievo y abolió el florete y la pistola que se usaban durante la Edad Moderna y la Ilustración, para dirimir en duelo a muerte las cuestiones de honor. En cualquier caso, esas prácticas ya extintas, contaban con la dispensa de una incultura temporánea en la que ya nadie puede protegerse para barbarear, por razones evolutivas obvias. Pero existen aún colectivos anclados en la atrocidad intrínseca de sus antepasados. Uno de los ejemplos de la retracción más notaria en este caso, son las fiestas que se celebraban en Tordesillas en honor de Nuestra Señora la Virgen de la Peña, donde una horda de bípedos con partida de nacimiento, acribillaban a lanzadas a un toro hasta la extenuación, para que al final de la masacre, el primer salvaje que acudía junto a la res en su agonía, lo acuchillara y le amputara los testículos. Con los genitales del animal enarbolados en la hoja de su lanza, el valiente castrador aclamado por la plebe enardecida, se bañaba de gloria con el reconocimiento de los cuadrúpedos municipales que le obsequiaban otra lanza para que no le faltaran degolladeros el año siguiente. Afortunadamente semejante brutalidad se prohibió hace unos años y fue sustituida por un encierro al uso como en otro montón de municipios de nuestra encubridora Mater España. Más quiso la contrariedad que esto solo haya sido una excepción sin proliferación en el resto de salvajadas que se siguen consumando durante el estío vacacional.

En honor de San Juan en Coria, entre el 24 y 28 de junio se realizan los Encierros y las tradicionales Capeas por las calles del pueblo, soltando doce toros que se corren durante hora y media por el recinto amurallado de la ciudad antigua y se les da muerte a escopetazos. Una forma exquisita de acabar con la pureza de casta y el valor simbólico de nuestra insignia animal más característica. Terneros linchados. Toros embarrados. Toros cegados. Toros de Cuerda. Toros embolaos. Toros enmaromados. Toros ensogaos y Toros lanzados al mar, son parte de un repertorio de atrocidades taurinas en nuestra chocha Mater España, tan extenso que supera las 16.000 aberraciones anuales.

Verano esplendoroso. Verano ibérico. Verano de frutas, de verduras, de Vírgenes, de Santos, de Patronos. Verano de toros despedazados por la inmadurez cultural a la que la rancia Mater España se obceca en llamar tradición.

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