El sexo de los libros

Muerte o crepúsculo del arte. Memoria de la postliteratura (y III)

El ciberescritor ha depositado sus esperanzas en las editoriales digitales, en la lemniscata del hipertexto-hipermedia

En la ausencia de estilo hay una prefiguración de estilo fiablemente despojado, bienaventuradamente ajeno a ruines presunciones de excepcionalidad. Para algunos glosadores,   la todopoderosa y disolvente  jurisdicción de Tecnópolis —funtus officio— es precisamente el origen del desprestigio [todavía] de la literatura electrónica; pero, también a la inversa, los hay que piensan que en dicho imperium está  su garantía de futuro. Garantía para la instauración de una literatura no literata que posea las cualidades mesméricas que permitan a autores y lectores participar simultáneamente de la vida y de la muerte del lenguaje (quantum superposition), como el metonímico gato de Schrödinger.          

El ciberescritor ha depositado sus esperanzas en las editoriales digitales, en la lemniscata del hipertexto-hipermedia: babilónico repositorio que contiene en sí la única Teoría del Todo (ToE) absurdamente instrumental y, por consiguiente, infalible en un sentido postlúdico. 

Si, malgré l'orage, el libro gutenberg subsiste, el mensaje masivo  transmediático será: la tajada que os toca es el quemadero de fuego.    

Comprenden lo que escuchan y lo que comprenden está en el  entendimiento.

Una cuestión es que algo esté en el entendimiento y otra es comprender que algo es.

El concepto de Absoluto Digital existe en el entendimiento, pero no en la realidad. Nada mayor puede ser concebido. Es mayor ser necesario que no serlo.

El Absoluto Digital no es el tiempo ni el mundo. Debe ser necesario. Si es necesario, debe necesariamente existir.

El nombre que puede ser revelado —leemos en el Tao Te King— no es el Nombre Absoluto.        
 

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