El sexo de los libros

Leopoldo María Panero y vosotros

En una ocasión, Leopoldo se despidió de Enrique Bunbury y Carlos Ann después del rodaje de un documental en el que intervinieron los tres; Leopoldo, desde detrás de la verja del psiquiátrico, les dijo: “Sois vosotros los que estáis en la cárcel, yo no”.

Leopoldo María Panero ha sido, y es, un ilustre residente [también ilustre fantasma] de algunos manicomios de España. Doce como mínimo. ¿Han sido suficientes?

No es que lo  parezca: es una pregunta necesaria:   ¿Han sido suficientes?

El acontecimiento clave de este excéntrico informe, que tanto se parece al registro de un  proceso de beatificación al revés, posiblemente merecido, es que el señor Panero se ha transformado —o lo han transformado— en un genuino e imborrable mito literario de la Psiquiatría. Si ha sido transformado por terceros, hay que sospechar [de sospechas, nada; es rigurosamente exacto] que él dio su consentimiento a la metamorfosis —es decir, a la mitopoiesis—, ya que no le quedaba otra salida tras haber llegado a una determinada situación vital irreversible y compleja. Paroi parée de paresse de paroseis, como soltó Marcel Duchamp  esculpiendo la frase.    

Este proceso mitogenético tiene, evidentemente, algo más que un simple toque kafkiano, un mucho del terrible affaire Artaud y no poco del caso jurídico del funestamente  estigmatizado Oskar Panizza (1853-1921),  quien, por el contenido subversivo de sus escritos, fue acusado varias veces ante los tribunales alemanes.  

Oskar Panizza: “Si no destruimos el pensamiento, el pensamiento nos destruye”, tesis primaria de la teoría de la espectralidad del pensamiento expuesta en El ilusionismo y la salud de la personalidad (1895), un libro dedicado a Max Stirner. El mundo, defiende Panizza, es una alucinación constante.  

Un mito decíamos; un mito [en principio y todavía] literario.   


La obra de Panero no representa, es una máquina del Juicio Final: autodisolución de un lenguaje poético en sí mismo, textual y biográficamente, al igual que su elegante prosa, apta para la corte de un rey y para la unidad de salud mental de cualquier centro hospitalario, donde son tratadas las personas que ya no pueden más con el culto a la lógica. En una ocasión,  Leopoldo se despidió de Enrique Bunbury y Carlos Ann después del rodaje de un documental en el que intervinieron los tres;  Leopoldo, desde detrás de la verja del psiquiátrico, les dijo: “Sois vosotros los que estáis en la cárcel, yo no”.

Según Gombrowicz, el hombre es un ser suspendido entre Dios y la juventud. Desde muy joven Leopoldo tuvo inquietudes políticas. Y, de hecho, toda su poesía está impregnada de un enérgico sentido político, en el fondo y en la forma; sobre todo en la forma, que —a pesar de la notable dosis de romanticismo tan chocante en bastantes poemas— se revela como un reiterado acto de sabotaje contra la comunicación oficializada en materia estética: (…) has de saber que no fue por matar al pelícano / sino por nada por lo que yazgo aquí entre otros sepulcros / y que a nada sino al azar y a ninguna voluntad sagrada / de demonio o de dios debo mi ruina. Todos sus versos son 'verdaderos' y en esas 'verdades', así como en la expresión de esas verdades,  se hace patente una rebeldía de alcance metafísico, muy romántica. No de todos los poetas puede afirmarse lo mismo.   

En cierto momento escribió que “el proletariado, al carecer de censura, tiene una conciencia mágica de la realidad”.

Elemento mágico, y de raíz divina, que se manifiesta primordialmente en el bar, espacio que para Panero significa la aventura. Y en el curso de aquellos fantásticos episodios de taberna, el poeta madrileño descubrió —por mediación de sucesivas y generosas ingestas diarias de alcohol— el especial vestigio de divinidad que poseen en exclusiva las clases populares: “Que sea la muerte de los límites en un contacto indefinido lo que aquí resuma la entrada de Dios en el ámbito político”.

Entrevista de 2001: Leopoldo María Panero asegura con absoluta convicción que la democracia española se distingue por el horror y la sordidez, y por la ruina moral a la que ha sido llevada la ciudadanía. Y añade que España es: “un país de sudorosos obsesionados con el fútbol y con los toros por culpa de la represión sexual”.  Se pronunció  con excesiva indulgencia.       

          

 

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