El Puerto

Degradación en clave rojiblanca

En dos décadas se ha pasado de despilfarrar una propiedad a mendigar un terreno de juego.

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Nada como la perspectiva en el tiempo para entender todo lo que está ocurriendo en la actualidad. Nada como la hemeroteca y la historia para dar forma a un obtuso puzzle y a un despropósito que empieza a corromperse y a apestar más de lo que cualquier cuerpo es capaz de soportar.

Como toda historia que se precie tiene un principio, no hurgaré demasiado para no caer en masticar datos que ni vienen al caso. Finales de la década de los 60. El añorado, recordado y según los coetáneos, rebosante de público -más en la memoria ilusionaria que en la realidad-, el Eduardo Dato decía adiós con casi 50 años. Con él, el Racing Portuense tomaba las maletas y se marchaba al lejano Valdelagrana.

El coqueto campo de Crevillet daba el testigo al José del Cuvillo y se convertía, con derecho propio, en dueño y señor de su reino. El Racing Club Portuense tenía en propiedad lo más preciado. Con los años ha terminado por convertirse también en su perdición: la joya de la Corona.

El vetusto estadio empezó a sentir con el paso de los años que lo más importante no era él, sino lo que tenía bajo sus pies: los terrenos. Deudas, ruinas, incumplimientos y proyectos faraónicos -se hablaban de dos rascacielos de 25 plantas en los 90- o la mega construcción prometida más recientemente, resultaron ser planes urbanísticos maquillados a golpe de balones, que casi siempre solieron ser la coartada perfecta para dar cobijo y reposo para el que pretendía apoderarse de él.

Los años han ido desarmando uno tras uno la degradación en la que se ha ido cayendo poco a poco, temporada tras temporada. El tétrico aspecto del estadio no es más que el triste reflejo de lo que se ha convertido a día de hoy. Parches, polvo, desconchones, calichas, baches... improvisación hecha en un edificio sin alma y vilipendiado por unos y otros.

Mirar atrás es tan duro y tan nostálgico, como oscuro y cruel el futuro que le depara. De gozar por entero y ser propietario de un estadio en propiedad, a perder -tras embargo, otro más- sus propiedades. De cobrar por entrar se va a pasar -en el mejor de los casos- a pagar por jugar.

La autocrítica pocas veces fue de la mano del que entendió estar siempre por encima del bien y del mal. Del que prefirió buscar una excusa a una solución. Siempre fue muy confortador recurrir al “nos atacan“, al topicazo del antiracinguista y al pobrecito de mí. El victimismo resultó gratificante y consolador para el que buscó justificar su alma y distraer a las voces discordantes.

No queremos ver. Nos cuesta, lo reconozco, que la tarta ya no da para más. Que la gallina, los huevos y el oro han pasado a mejor vida. Que los 400 deportistas que se quedan en la calle no son culpables de nada, también lo sé. Faltaría más. Que los aficionados ya nos saben ni a qué ni a quién animar. Perdidos y desorientados ante tanto maremágnum de acontecimientos, a cual peor.

Que son víctimas de las circunstancias y de los nuevos tiempos que tocan padecer. Que, también, son rehenes de los que a toda costa tomaron caminos erróneos, dejando solo, abandonados, a los que sufren los daños colaterales de los que sí tienen nombre y apellidos y números en sus espaldas.

Los causantes, los culpables ya desfilan lejos de Valdelagrana, a cuenta gotas se va escapando por la gatera. Ya no se ven, ya no se escuchan. Tarde, el mal ya está consumado, dejando el entuerto a entusiastas. A los últimos que aguantan como pueden una vela que se consume, a un pabilo que se acorta de forma peligrosa.

La última gota está ahora en un despacho reposando y a la espera del mejor comprador. A la espera de alguna oferta que sí se adapte al tiempo y a la forma. A la legalidad. Ahí sí encontrará línea directa y toda la presteza que haga falta. Faltaría más. El negocio no entiende de horarios. A falta de fútbol, el alterne toma el control.

La historia futbolística portuense ha enseñado que siempre se ha intentado y pocas veces se ha podido. Pero como en todo, siempre hay una primera. Esta semana el gol, la victoria más importante debe ser bien gestionada y mejor encaminada.

De aquellos barros, estos lodos.

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