Publicidad Ai

Ronda

Un molino con mucha historia

Uno de los viejos molinos del fondo del Tajo, el único que queda en pie, funciona desde hace varios meses como albergue. Sus paredes están llenas de historia

Publicidad AiPublicidad Ai
Publicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad Ai
Publicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad Ai
  • Bernal en el viejo molino -

Es el único molino que continúa en pie de la quincena de molinos que en su día operaban en el fondo del Tajo. Y desde hace meses, es además un lugar idílico donde poder descansar, a los pies del gran Puente: un albergue con vistas únicas a la gran depresión de Ronda.

El que ha venido en llamarse Albergue ‘Los Molinos’ ocupa una de esas antiguas instalaciones que aprovechaban a principios del siglo pasado la fuerza del agua para distintas actividades. En este caso concreto, sus actuales responsables recuerdan que figuraba ‘Fábrica de Fideos’ en un cartel de cerámica, que hasta hace años estuvo en su puerta, en colores amarillo y azul, pero cuyo paradero se desconoce. Una fotografía de 1918 que cuelga en las paredes del gran salón del establecimiento ya la construcción estaba levantada: “Desconocemos el momento exacto en que se construyó este molino, pero sí sabemos que era uno de los mayores de toda esta zona”, cuenta Ángela Bernal, la gerente del establecimiento, al tiempo que subraya la importancia de que sea el único que sigue en pie.

En el fondo del Tajo se contaban hasta 14 molinos; tres de ellos se empezaron a restaurar en 2007 a través de una escuela taller que dejó acabado sólo el actual albergue. Los otros dos, en una zona más baja del río, están a medio terminar. Y el resto, en zonas más altas y cercanas al Puente, están en algunos casos totalmente derruidos o en total abandono, si no bajo las piedras: “En 1919, un año después de tomarse la fotografía en la que se ven los muchos molinos que había en el fondo del Tajo, hubo un desprendimiento de rocas que enterró varios de ellos”, cuenta la gerente, al tiempo que enseña una enorme piedra situada en una de la esquinas del actual albergue: “Tuvo que caer con el desprendimiento. No se entiende si no que construyeran el molino con esa enorme roca ahí”, explica.

La fuerza del agua en los saltos del fondo del Tajo explica la historia de este lugar, con la compañía Sevillana como protagonista. Fue esta empresa la que acabó comprando todos los molinos para garantizarse el monopolio de la zona, de manera que acabó parando la actividad en todos ellos, “e incluso derribó sus tejados” para evitar cualquier competencia futura, de manera que toda el agua acabara llegando a la central hidroeléctrica de la zona más baja del río en este tramo concreto. La compañía acabó después cediendo los terrenos y las instalaciones a una asociación sin ánimo de lucro que autorizó en su momento la intervención del Ayuntamiento para que las escuelas taller pudieran realizar los trabajos, y ha decidido permitir la gestión turística del molino que pudo recuperarse en su totalidad. Hace tres meses, abrió sus puertas: “En 2007 acabó la reforma, y hasta ahora nada se había hecho en el molino. Hemos tenido que limpiar, reparar y ponerlo todo a punto, pero estamos muy satisfechos con el trabajo”. Una familia ha convertido ahora este molino en su medio de vida, como ocurrió antaño. Los productos del campo han dejado paso al turismo, y es por ello que la construcción dispone de una gran zona común que ocupa toda la planta del edificio, habiéndose acomodado en una segunda planta ganada al edificio unas habitaciones con capacidad para una treintena de personas y hasta dos baños comunitarios: “Hay distintas habitaciones y se ha ganado capacidad con unos altillos que todo el mundo que viene elige para dormir”. Las habitaciones tienen literas para ganar espacio; los baños tienen cabinas separadas “para que exista cierta intimidad”. Desde una de esas habitaciones se ve el Puente Nuevo: “La llamamos la suite”, bromea. Otra de las estancias ofrece una vista inmejorable del Asa de la Caldera: “En Ronda estamos totalmente acostumbrados a verla, pero quienes vienen se maravillan con su impresionante forma”, advierte la gerente.

Durante meses, la familia pintó el edificio; cosió incluso las cortinas o las fundas para los edredones nórdicos de las camas. Viven en el propio molino.

Los clientes del albergue son de perfiles muy diversos: “Llegan desde todos los lugares del mundo; y no tienen un perfil económico concreto, sino más bien un perfil de gente que es amante de la naturaleza y prefiere elegir cuando viene a Ronda un lugar privilegiado como éste”, cuenta Ángela.

Al fin, invita a los rondeños a conocer la instalación: “Podemos organizar eventos de grupo, y servimos cada día café y, si se solicita, también comida, a través de un cátering que tenemos contratado”.

Maderas; chimenea; y fotografías de los viejos molinos que cuelgan en las paredes. En el lugar se respira mucha historia.

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN