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Arcos

Razón en tiempos revueltos

"No se trata de alertar sobre las maniobras en defensa de las ideas propias, que deben de existir"

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  • Dibujo de Carlos Jorkareli. -

Desconfiamos de las personas que te saludan calurosamente para, a la vuelta de esquina, hacerlo a hurtadillas, al bies, como si pasaran de largo.
Desconfiamos de quienes te dan la razón cuando más les interesa, calculando matemáticas de provecho personal  y sobándote el hombro en función del viento que sopla.
Confiamos, por el contrario, en quien mira a los ojos y habla con rectitud, educación y mesura, en desacuerdo frontal con tus premisas, pero dispuesto al diálogo.
Confiamos en quien alarmado por el desorden político en el que nos encontramos, mantiene la equidad propia de quien ostenta templado carácter en el análisis particular de cada alarma diaria.
Confío definitivamente en que la sinrazón que nos envuelve de paso a una nueva época de equidad y equilibrio propiciando la conjunción de fuerzas y no la segregación de ideas y tendencias de pensamiento.
No son pocos los autores que en ensayos y tratados vienen vaticinando que la verdadera revolución nace desde el interior, desde uno mismo. Es comprensible entender este punto de vista. Máxime si aceptamos la premisa de que, quien no tiene, no puede ofrecer.
Y esto sería aplicable a todos los campos y actividades que desarrollamos diariamente; en nuestro oficio, facultad, escuela, profesión, arte..., de manera que no es posible ofertar sin tener y no se tiene sin antes haber adquirido.
Podríamos decir que corren tiempos revueltos, no tanto por la proximidad de las fechas electorales, sino por el panorama político cargado de diversidad – cosa positiva – pero también de enrarecido y tenso vituperio.
Parece que son fechas propias de descalificados y mentideros, de oprobios y curiosidades, de tirar de la manta al final de la faena o de poner petardos a la ruedas a ver si descarrila el tren en el que el contrario mira por la ventanilla, pensando en qué va a hacer cuando llegue a su estación.
Tiempo revueltos como el cólera en su cénit, pero no menos susceptibles de enmienda y rectificación en un necesario ejercicio de voluntad hacia la estética de la que ya hablamos y que tan propiciadora de ética se presenta: la razón.
Si existen profesiones cuyas pautas generan directamente una influencia decisiva en el sujeto pasivo, éstas habrán de someterse a un juramento de fidelidad a las más altas instancias de la razón y la conciencia primero y la justicia y equidad lo segundo, sobre todo si atañen al interés general.
En el juramento hipocrático se indica:  “Guardaré silencio sobre todo aquello que en mi profesión, o fuera de ella, escuche o vea en la vida de los hombres que no tenga que hacerse público, manteniendo estas cosas de manera que no se pueda hablar de ellas”.
Siendo ésta una medida aplicada a la medicina, podría hacerse valer en cualquier otra materia, profesión e incluso relación interpersonal. Lejos de ello, somos proclives a todo lo contrario. Así, la palabra pierde su valor y con ella se desfigura nuestra imagen.
Si es cierto que la revolución verdadera nace a través la propia educación y manera de afrontar las cosas, no podemos sino prestar suma atención a cuanto de forma pública o privada manifestamos de y hacia los demás.
El respeto es biunívoco en su correspondencia. De tal manera que aquél que ofrecemos es el que nos corresponde.
No se trata de alertar sobre las maniobras en defensa de las ideas propias, que deben de existir. Se trata de considerar la falsedad como modo poco honroso de establecer correspondencia en las relaciones humanas, sean del carácter que sean y aunque vengan precedidas de los equívocos o fallos naturales de cualquier actividad.
No es nuestra intención dramatizar. No somos proclives a este género de cine. Más bien y en tono medio alto, preferimos referirnos a los tiempos que, aunque revueltos, quieren ofrecer una nueva forma de hacer, de estar presente en la vida diaria, en el servicio a los demás y, sobre todo, en dar el justo valor que ha de tener la palabra como antesala del acto.
Es así como la confianza se genera en un imprescindible ejercicio de revitalización de la actividad pública.
Aplicar la razón, no exenta de franco sentimiento, suele tener efectos balsámicos sobre el veneno en que se suelen guardar los tesoros ficticios. Aplicar la sinrazón que constituye la obtención del poder, del primer puesto, pisando el pie del contrario, vaticina sin duda una equivocada carrera de trofeo incierto.

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