Todos los de mi generación mantenemos vivo el recuerdo de aquella nochevieja del 82 (¿o fue del 83?) en la que nos fuimos a la cama con más escalofríos que sonrisas. La culpa la tuvo el estreno sorpresa del vídeo musical -lo de video-clip llegaría más tarde- Thriller, de Michael Jackson. En realidad, se trataba de un cortometraje dirigido por el entonces todavía muy respetado John Landis, que acababa de triunfar en todo el mundo con su película Un hombre lobo americano en Londres. No sé hasta qué punto el impacto del corto musical ayudó a incrementar las ventas de aquel disco que, a día de hoy, sigue siendo el más vendido de la historia de la música, pero no cabe duda que aquella noche Michael Jackson popularizó un nuevo género promocional al dar a luz a la primera criatura de la generación MTV. Fue el primero en hacerlo a lo grande, y no la única vez: desde entonces, el estreno de un nuevo clip de Michael Jackson se convirtió en todo un acontecimiento y TVE llegó a dedicar espacios exclusivos en prime time a la presentación de los más destacados. Ocurrió con el estreno de Bad y, poco después, con el de Black and White. En todos ellos incorporó nuevos avances digitales y escenográficos inalcanzables para cualquier otra estrella de la música y hasta para cualquier cineasta. Michael Jackson no sólo fue el rey del pop, también se convirtió en el rey del videoclip.
Hace poco se cumplía el 50 aniversario del nacimiento del sello discográfico Motown y se conmemroaba con la edición de un triple cd en el que se recogían los grandes éxitos de su época dorada. Entre ellos se encuentran varios temas de los Jackson 5. Cuando uno escucha la voz de Michael y el inconfundible estilo con el que se fue curtiendo antes de convertirse en una estrella en solitario, no puedes dejar de comparar esa entrañable sensación con la terrible y demacrada decadencia en la que había convertido sus últimas apariciones públicas.
Nunca me atrajo su música, nunca me compré uno de sus discos, aunque sí que pagué la entrada para ver aquel experimento sin sentido llamado Moonwalker y hasta puede que llegara a tararear por inercia algunos de sus éxitos, pero ni yo mismo puedo negarle que todo lo que hacía era impecable. Es más, en la época en la que un single lo era todo para vender lp´s, logró que sus discos estuvieran repletos de números 1 que iban sucediéndose mes a mes en las listas de éxitos. Todos los grupos pop para adolescentes que han triunfado en las últimas dos décadas están en deuda con él, ya que de él manaron todos los conceptos extramusicales que se han impuesto en el mercado: desde la importancia de una buena producción musical, hasta los video-clips más sorprendentes, pasando por los conciertos más espectaculares.
Es pronto para conocer si la trascendencia de su muerte podrá equipararse a la de Elvis. Lo tiene todo para que así sea, desde la admiración acumulada en masas de todo el mundo, hasta su degradación física, o la gran mansión de inspiración kistch y tesoros fetichistas en que se ha convertido su última residencia, Neverland, que a partir de ahora se convertirá en la Graceland del siglo XXI. Gustara o no, su imagen y su trabajo serán icono y referencia inalterables de cara a la posteridad.
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