‘Lucky’ es un conmovedor, deslumbrante y hermosísimo poema cinematográfico sobre la muerte y la soledad. Lucky, interpretado por un colosal Harry Dean Stanton, se siente viejo, y solo, y una mañana, al levantarse, se desvanece, cae al suelo, y el médico le dirá que no sufre nada importante, que incluso sus pulmones están en sorprendente buen estado pese al castigo al que los ha sometido durante toda la vida cigarrillo tras cigarrillo. Pero Lucky se lo confiesa a la camarera del bar donde cada mañana acude invariablemente a desayunar y a hacer crucigramas: “Tengo miedo”.
Es lo que los viejos sienten pero rara vez mencionan: miedo a la muerte. Mucho miedo. Porque la muerte atrapa a las personas poco a poco. Surgen las primeras arrugas. Luego el pelo se pone blanco. Y finalmente, y eso es lo más terrible, la muerte se asoma a los ojos del viejo. La verdadera gravedad del estado de un anciano nunca lo dirá una radiografía, sino la expresión de sus ojos. La muerte mira desde las pupilas de los viejos.
La proyección de ‘Lucky’ dura 88 minutos, pero se hacen cortísimos, porque, en realidad, pasa de todo sin ocurrir nada en esta película estratosférica que parece hecha desde las entrañas de la existencia. Es una película existencialista. Lucky recordará aquella escopeta con el cañón torcido que tuvo durante su adolescencia, que nunca acertaba con el blanco, pero aquella mañana disparó contra un ruiseñor que cantaba desde la rama de un árbol, “y de pronto el silencio se hizo en el mundo”.
Y está el personaje de un hombre que ha vivido últimamente con la única compañía de su galápago, con la idea de que ese animal, a cuya especie se supone más de cien años de vida, lo sobreviviría. Pero el galápago se escapa de la jaula, y aquel hombre se queda solo, completamente solo, contando su pena en un bar que abre por las noches, al que también va Lucky, y en el que la Coca Cola sólo se mezcla con soledad.
Lucky es descreído, inteligente, malhumorado e ingenioso. Un viejo -en la ficción de la película tiene 90 años- aferrado a sus rutinas con esa fuerza extraordinaria con la que los viejos se aferran a las rutinas. Camina de una manera peculiar, vestido de vaquero, todos los días por los mismos sitios y hacia los mismos sitios.
Y Harry Dean Stanton (Lucky), el intérprete que protagonizó la mítica ‘París-Texas’, mira a la cámara con ojos por los que asoma la muerte. Es una mirada fría y conmovedora. Estaba previsto que por este trabajo lo nominaran al Oscar. Pero Harry Dean Starton murió al poco tiempo de terminar el rodaje de ‘Lucky’. La mirada de sus ojos no era ficción.