Alguien aconsejó a las personas de relieve que no se murieran el mismo día que alguien todavía más importante, porque eso les restaría espacio en los medios de comunicación. Zinedine Zidane decidió dimitir como entrenador del Real Madrid el pasado jueves, el día en el que España era un hervidero político por la moción de censura de Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy. Porque Zidane es así. Un tipo que pasea a través de la gloria con las manos en los bolsillos. Zinedine Zidane es una persona que en lugar de la gloria que lo ha envuelto permanentemente, como futbolista y como entrenador, no ha mirado nunca hacia un posible ego, sino hacia la acera. Un hombre educadísimo y amable. Un entrenador excepcional. En su día renunció a un año de contrato que le quedaba como jugador del Real Madrid, tal vez porque percibió que ya había perdido, debido a la edad, ese punto de velocidad que define a las estrellas del fútbol.
El Real Madrid, una entidad históricamente insaciable, nunca supo gestionar la gloria, pero las señales que emitió a los pocos minutos de ganar la Champions fueron desalentadoras. Cristiano Ronaldo habló en pasado de su estancia en el Madrid. Y Gareth Bale criticó, sin citarlo directamente, a Zidane, que ha restado protagonismo al jugador galés, un futbolista que ofrece una decidida imagen de inadaptación, que, entre otras cosas, en cinco años en España no ha acertado a hilar ni una sola frase en castellano. Y los despachos de la zona noble madridista son fríos, todavía más cuando el equipo ha realizado este año una mala campaña en Liga y en Copa.
Zidane es un entrenador que ha ganado prestigio con los títulos, pero que esta temporada se ha hecho fuerte en la adversidad. Viene de la cultura francesa, esa en la que un escritor dijo que había que cambiar la vida. Zidane afirmó tras presentar su dimisión como entrenador del Real Madrid: “Este equipo debe seguir ganando y necesita un cambio”. Su marcha, a sólo cinco días de haber ganado su tercera Champions consecutiva, ha abierto una gran crisis en el Real Madrid, un club incapaz de hacer una pausa, de saborear nada, que en Kiev ya anhelaba la decimocuarta Champions antes de haber alzado la decimotercera. Como dice un personaje de una obra del dramaturgo Antonio Tabares, Zidane debe pensar: “No sé lo que me espera a partir de ahora, pero sí sé de lo que huyo”.