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Sevilla

Contramano: Plagiando a la Expo

El proyecto CartujaQanat trata de emular el sistema bioclimático de la Muestra Universal

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  • CartujaQANAT. -
  • Una inversión que hoy equivaldría a 64,5 millones de euros fue abandonada a su suerte

Hay quienes pretenden inventar la pólvora cuando resulta que hace mucho tiempo que se inventó; en este caso, como mínimo los 26 años transcurridos entre la clausura de la Expo’92 y el momento presente, en que se ha anunciado el proyecto CartujaQanat, que en resumidas cuentas consiste en volver a bioclimatizar una avenida (ahora llamada Marie Curie) del antiguo recinto de la Muestra Universal a modo y manera, quizás con alguna variante mínima, de lo que ya hicieron, pensaron o diseñaron los pioneros del bioclima en esa misma isla de la Cartuja.

Hace unos días, el Ayuntamiento, la Universidad Hispalense, el Parque Científico y Tecnológico de la Cartuja, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Emasesa y la Fundación Innovarcilla comunicaron que han obtenido 5 millones de euros de la Unión Europea para el proyecto (CartujaQanat) de crear un nuevo microclima urbano en la avenida Marie Curie con el fin de luchar contra el cambio climático.

El método básico consistirá en extraer por las noches aguas subterráneas a baja temperatura (el agua del subsuelo está siempre a la misma temperatura, aproximadamente), almacenarla en una acequia (qanat) construida bajo la superficie (no hace falta almacenarla puesto que ya está almacenada en el subsuelo; se puede sacar en el momento en que haga falta), mezclarle el aire exterior a mayor temperatura para que éste se enfríe en contacto con el líquido elemento (es un fenómeno conocido hace muchísimo tiempo y se llama “enfriamiento evaporativo”, utilizado en multitud de dispositivos) y, una vez enfriado, expulsarlo a la atmósfera durante el día para que refrigere el ambiente (eso fue lo que se hizo en el telecabina aunque de forma más complicada porque la electricidad se obtenía de unos módulos fotovoltaicos).

Asimismo, el agua fría del subsuelo se vertería a la superficie a través de fuentes y de otras estructuras hidráulicas (eso ya se hace en cualquiera de las fuentes que existen, luego no hay nada novedoso) con el mismo fin: reducir la temperatura en la avenida, con lo que se conseguiría “la transformación del espacio urbano” y se revitalizaría la actividad en la calle gracias a las condiciones de confort generadas en espacios abiertos, especialmente en los meses calurosos en Sevilla.

Pioneros

Reconoce al menos la Hispalense en su nota de prensa al respecto que “durante la celebración de la Expo’92 se implantaron en el entorno de la isla de la Cartuja diversas estrategias de control climático en el espacio público, encaminadas a suavizar el efecto de las altas temperaturas. Muchas de ellas, desarrolladas en aquel momento -prosigue- por investigadores de la Universidad de Sevilla fueron objeto de reconocimiento internacional por su aportación al diseño bioclimático. Sin embargo, desaparecieron tras la finalización del evento. Ahora, los impulsores de CartujaQanat pretenden reactivar (más que reactivar es copiar o plagiar) aquellas ideas e implementar nuevas propuestas (no creo que sean nuevas) para fomentar el uso de la calle como dinamizador social”.

Efectivamente, el diseño bioclimático de la Expo’92 en la isla de la Cartuja se debió al trabajo esencialmente de la Escuela de Ingenieros y de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Sevilla: equipos liderados por Valeriano Ruiz, Ramón Velázquez, Jaime López Asiáin, Servando Álvarez y José Guerra, entre otros.

Estos profesores se enfrentaron al reto de rebajar la temperatura en el futuro recinto (215 ha) de la Exposición Universal, que no era más que una isla plana en la que tan sólo había un árbol cuando se decidió celebrar allí el magno certamen. Para colmo, entre el 20 de abril y el 12 de octubre de 1992, un periodo de seis meses que comprendía los más calurosos de Sevilla (junio-septiembre), en el que se había registrado oficialmente una temperatura máxima de 45 grados.

La leyenda de Pellón

Cuenta una de las leyendas de la Expo que al ingeniero de Caminos cántabro Jacinto Pellón, fichado por el Gobierno de Felipe González como consejero delegado de la Sociedad Estatal para acabar como fuera las obras a tiempo para la fecha inaugural, aquello del bioclima y de la arquitectura bioclimática le sonaba más bien a cuento chino. Como típico norteño pensaba que había mucho de exagerada leyenda, exageración muy propia de los andaluces, en lo del extremo calor de Sevilla.

Hasta que decidió trasladarse desde las cómodas oficinas de la Sociedad Estatal sitas en la Casa Sundheim de la avenida de la Palmera al conjunto de caracolas (hoy ocupadas por la Gerencia de Urbanismo) que mandó instalar en la isla de la Cartuja para estar al pie de las obras (allí se hicieron los ensayos experimentales de las medidas que se propusieron). En el primer verano pasó tanta fatiga por el intenso calor que se acabaron sus prevenciones sobre el bioclima y dio vía libre a cuanto se pudiera hacer al respecto.

La rotonda

Y aquel equipo multidisciplinario de la Universidad, secundado por el Departamento Técnico de la Organizadora (Ginés Aparicio), inventó todo tipo de soluciones para enfriar la Cartuja, previo trabajo científico experimental en el laboratorio al aire libre que supuso la denominada Rotonda Bioclimática, alzada junto a las caracolas y que debería ser aún visible si no la han destruido en el tiempo transcurrido desde entonces.

Toda esa labor está reflejada de forma muy sintética pero perfectamente comprensible gracias también a la gran cantidad de dibujos hechos a mano (nada de infografías ni de diseño asistido por ordenador) en el documento titulado Bioclimatización de espacios abiertos. El caso de Expo Sevilla 1992.

Allí está el germen y la explicación científica de cuanto bioclimáticamente se hizo en la Cartuja e incluso de lo que pudiéndose haber hecho no se hizo, por las circunstancias o la falta de tiempo o de dinero.

De aquellas cabezas pensantes surgió la idea de hacer pérgolas móviles con jardineras (diseñadas por el finado Félix Escrig, al igual que estructuras ligeras tensadas) en las que pudiera crecer la vegetación que diera sombra, una vez acabadas las obras en las mismas, a 50.000 m2 de avenidas; las doce torres frías (una por cada país entonces de la Unión Europea) de 30 metros de altura en la avenida II, que podían proporcionar una potencia frigorífica superior a los 3,5 millones de frigorías/hora; los micronizadores o nebulizadores de agua, un eficacísimo invento tan común ahora en tantas terrazas de Sevilla y que vi copiado en un bar de París; la denominada esfera bioclimática (diseñada por arquitectos sevillanos (Antonio Cano, Pedro Silva y Manuel Alvarez), de 22 metros de diámetro, que con sus 1.340 micronizadores permitía la evaporación de 10 m3 de agua cada hora y producir casi 6 millones de frigorías en ese tiempo; las láminas de agua por doquier y la cascada de más de 400 metros de longitud y 6 metros de altura que discurría por la avenida V; el sistema de climatización de los pabellones, refrigerados sus condensadores por agua del río en vez de por aire para así no recalentar la atmósfera de la isla; y un largo etcétera.

Curiosamente, los denominados pavimentos fríos o porosos bajo los cuales debía circular agua para refrigerar el suelo (página 33 del documento citado) y que también se probaron en la Rotonda Bioclimática (inspiración clarísima para CartujaQanat) no se utilizaron finalmente debido a su menor eficiencia en las zonas sombreadas (a la postre resultaron más baratas las pérgolas con plantas) y para no interferir en las infraestructuras construidas con anterioridad en un proyecto que era una carrera contra el reloj.

Olvidados

Tanto reconocimiento internacional obtuvo el bioclima de la Expo que incluso algún todopoderoso petrolero país árabe quiso fichar a algunos de sus artífices para que lo implantaran en espacios desérticos.

Pues bien, hasta donde yo sé, porque he hablado con alguno de ellos, los padres del bioclima de la Expo’92 ni siquiera han sido consultados para la elaboración de este “nuevo” proyecto (están vivos todos aunque algunos jubilados de la Universidad de Sevilla) presentado a Bruselas y que copia en lo básico, con alguna variante, lo ideado hace más de un cuarto de siglo.

Así se pone de manifiesto cómo se gastan 5 millones de euros más de dinero público, venga de Europa o de otro sitio, en un espacio en cuyo microclima ya se gastaron entonces 5.120 millones de pesetas (hoy equivaldrían a unos 64,5 millones de euros) y cómo, si se hubiera seguido investigando y mejorando (y sobre todo aplicando por parte de las instituciones que ahora apadrinan este plagioproyecto) las soluciones diseñadas (y comprobadas experimentalmente) entonces, Sevilla estaría hoy a la vanguardia mundial en la lucha contra el cambio climático, con todos los réditos económicos y científicos que reportaría a la ciudad.

Porque, contrariamente a lo que dice la Hispalense en su nota, aquellas estrategias no desaparecieron tras la Expo, sino que, como desgraciadamente es típico entre nosotros, fueron abandonadas a su suerte, como perfectamente simboliza desde hace años la esfera bioclimática en esa misma avenida Marie Curie.

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