La cara de Luis Enrique tras la derrota de España en Croacia el pasado jueves reflejó lejanamente aquel remoto gesto de desesperación, con el rostro ensangrentado, tras recibir el codazo de Tassotti, penalti no señalado, que tenía el ahora seleccionador nacional tras la derrota ante Italia que descabalgó a La Roja del Mundial de Estados Unidos. España tuvo una historia gris hasta la Eurocopa de 2008. Se hablaba de la diferencia de títulos conseguidos existente entre la Selección y los clubs españoles. Incluso se recurría a la superstición: la maldición de cuartos. España no se clasificó para los Mundiales de México 70 ni para el de Alemania 74, faltó a varias Eurocopas durante aquel tiempo, y posteriormente desaprovechó una extraordinaria generación de jugadores: la Quinta del Buitre. La Selección presentaba una historia de decepciones, cuya cima fue el Mundial de España de 1982, con un juego y unos resultados decepcionantes. Y la Selección parece ahora retornar a aquellos viejos tiempos, después de haber vivido una época dorada de vigor absoluto en el fútbol mundial. Como en estos días ha escrito el periodista Santiago Segurola en referencia a la Selección de Xavi, Casillas e Iniesta: “España produjo una de las generaciones de futbolistas más asombrosas del fútbol. Aquel equipo es una cumbre indiscutible. Ni de lejos hay manera de alcanzarla en este tiempo. Quizá nunca”.
La Roja transmite señales de debilidad y desánimo. La percepción es que ya no se encuentra entre las cinco mejores selecciones de Europa. Hay en la alineación cuatro plazas que sólo se cubren desde cierta mediocridad. Y la sensación de frustración es mayor porque no hace mucho España era el faro del fútbol mundial. España esperó el domingo un empate entre Inglaterra y Croacia para clasificarse para la final a Cuatro de la Liga de Naciones, un campeonato que acaba de nacer, un campeonato bonito. Pero el gol de Kane en el minuto 84 clasificó a Inglaterra en un partido espectacular, emocionante, y jugado con gran generosidad por ambas escuadras. Pero la Selección debe evitar ahora el desánimo. Aunque la travesía del desierto será amarga. Como escribió hace cientos de años aquel poeta cordobés: “No te aferres y no aprisiones recuerdos. Todo lo soltarás, porque todo se acaba soltando”.