La escritura perpetua

El actor

Resulta divertido ver el fútbol en los bares: los comentarios de la gente, las alegrías y las decepciones compartidas

Publicado: 25/03/2019 ·
13:07
· Actualizado: 25/03/2019 · 13:07
Autor

Luis Eduardo Siles

Luis Eduardo Siles es periodista y escritor. Exdirector de informativos de Cadena Ser en Huelva y Odiel Información. Autor de 4 libros.

La escritura perpetua

Es un homenaje a la pasión por escribir. A través de temas culturales, cada artículo trata de formular una lectura de la vida y la política

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Resulta divertido ver el fútbol en los bares: los comentarios de la gente, las alegrías y las decepciones compartidas. Y ahora el malhumor de los madridistas. Al bar al que voy suelen acudir siempre los mismos: muchos en los partidos del Madrid. Pocos en los del Atleti. Este domingo, en el Valladolid-Madrid, el ambiente era de desolación. No lo modificó excesivamente el resultado (1-4), aunque sí apaciguó algo la angustia. Pero esa noche entró al bar un hombre silencioso. De edad avanzada, aunque aparente menos. Elegante, aunque intente aparentar no serlo. Inteligente, aunque hable poco o nada. Suele pedir cerveza sin alcohol y, en ocasiones, una ración de calamares. La gente sabe que es vecino del barrio desde hace muchos años. Pero pocos –o nadie- conoce su historia.    Ese hombre que viste descuidadamente para ir al bar a ver al Madrid, que se sienta en una esquina, con una mirada, en ocasiones, de una melancolía furiosa, fue un gran actor de teatro. Un colosal secundario en lo que ahora se ha dado en llamar “la época de oro de la interpretación española”. Yo lo vi por primera vez sobre las tablas en el otoño de 1979 –hace 40 años-, en el Teatro Príncipe Gran Vía, de Madrid, dando la réplica a Adolfo Marsillach –nada menos-, en un inolvidable, sensacional e inigualable ‘Tartufo’, de Moliere. Sé que ese actor se llama Antonio, pero no recuerdo su apellido. Aquella obra fue impactante, uno de esos espectáculos que se fijan en la memoria. Francisco Nieva diseñó una escenografía barroca, muy en su estilo, pero al servicio del espectáculo. Ya entonces ese actor vivía en este barrio. Recuerdo su interpretación fabulosa y los aplausos que le dedicó el público, casi tan sonoros y prolongados como los que recibió Adolfo Marsillach. Muchas veces he querido comentárselo. Pero en última instancia he pensado que él prefiere el anonimato. En el descanso del partido, cerca de él, hice el comentario de lo desafortunado de un anuncio televisivo de una casa de apuestas en el que un actor se traga una mosca. Y entonces él reacciona, y exclama: “Sí, es horroroso, sería para que nadie apueste en esa casa por ese anuncio”. Y se levanta a por su cerveza Mahou. Corpulento, alto, con paso firme pese a los años, y se parece al comisario Maigret, el personaje de Simenon, un Maigret ya jubilado, un personaje que este actor, tantos años ya alejado de los escenarios, podría interpretar ahora maravillosamente con esa gloria que da el pasado a quien lo ha tenido.  n

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