Lo que queda del día

El don de la risa

“Cuando la leyenda se convierte en hecho, hay que imprimir la leyenda”. Tú siempre habrías elegido la leyenda... y el don de la risa, como en Scaramouche

Tenía pendiente pedirte una entrevista. Lo que has vivido en los últimos quince años merecía la pena contarse, aunque sólo fuera por el valor de la experiencia, por el reflejo del espejo, y porque muchos más como tú, de tu edad y también más jóvenes, se vieron obligados a dejar atrás su casa y su familia para aceptar un empleo y un sueldo mejor en un país diferente, extraño, pero sobre todo lejano -el skype aún no permite sentir el calor de un abrazo-.

Hace un año, cuando viniste a pasar unos días, fue todo muy breve y precipitado. Me viste desde el coche y me gritaste: “¡Lincoln!”. Ibas buscando una pollería, porque en casa te esperaban tu mujer y las niñas para comer, pero te bajaste del coche para que tomáramos una cerveza juntos, por el mero placer del reencuentro. Me contaste algunas novedades del trabajo, incluso hubo algún momento en que te pusiste serio -hay diferencias culturales que no conviene tomarse en broma. Ni amenazas, como la del terrorismo islámico, del que te libraste por dos horas cuando hiciste escala en el aeropuerto de Estambul-, pero, como siempre, utilizaste el lenguaje para regatear a las sombras y encontrarle el sentido de la burla a cualquier detalle: la risa, como la suerte, sólo tiene valor cuando es compartida.

Lo de la entrevista me venía rondando desde hacía tiempo por una cuestión muy concreta: hay mucha gente que te sigue recordando por aquel especial de Andaluces por el mundo -te juro que un día me encontré en Jerez con dos personas que estaban hablando de ti como si te conocieran de toda la vida o hubiesen trabajado a tu lado en la tierra de Alí Babá; peor aún, dispuestas a seguir tus pasos si tenían ocasión-. La cuestión es: ¿cuántos andaluces debe haber repartidos por el mundo que llegan con problemas a fin de mes, que ni siquiera tienen para volver una vez al año o ganas para ofrecerse para hacer de guía turístico en un programa de televisión?.

Porque detrás de aquel paseo por colosales hoteles e impresionantes centros comerciales, detrás del lujo, de las comodidades -y de las incomodidades-, de las vivencias y los sueños cumplidos, de esa falsa apariencia vacacional, lo que no se veía era cómo madrugabas a diario, cuántas horas dedicabas a cumplir con los objetivos marcados, o cuánto cuesta enfrentarse a la soledad diaria de la noche, a miles de kilómetros de distancia, bajo el leve zumbido del aire acondicionado. 

En este sentido, en la entrevista podríamos haber hablado sobre las teorías de Byung-Chul Han, que critica las presiones sobre el individuo para convertirlo en un “esclavo del trabajo” y de sí mismo. Ya sé que correría el riesgo de que me hicieras un chiste sobre el primo de Bruce Lee, pero también que llevabas a rajatabla eso de que “el saber no ocupa lugar”, y hasta tenías tus citas en latín: “Homo homini lupus”, soltabas en cada ocasión acertada, con lo putas que te las hizo pasar tu profesor de Lenguas Clásicas -¿o fue al revés?-.

En realidad ya eras un diccionario de citas célebres andante con 18 años, y cuando no eran citas eran estrofas de canciones. Tu pasión inicial fueron los Beatles, aunque te tocó el plan de estudios de francés y tu Penny Lane no había forma de entenderla, con lo que pronto te pasaste del lado de los versos de Silvio y Milanés, que eran más prácticos para seducir a una chica, cuando no te daba por poner directamente acento argentino. Pero lo de formar tu propio grupo siempre estuvo ahí y, a un lado la experiencia con la Tuna, terminaste por convertirte en manager del nuestro. Nunca vimos un duro, pero tampoco cambiaría el dinero por aquellos años inolvidables que, además, sirvieron para que conocieras a tu futura mujer. 

Hace un año, la última vez que nos vimos, me dijiste que cada semana leías mis artículos por internet. Hoy, que escribo sobre ti y sobre esa entrevista pendiente en la que hablaríamos sobre tu experiencia y tus aspiraciones, y que iba a servir también para escribir sobre las de otros andaluces que como tú tuvieron que irse fuera, precisamente hoy, ya no podrás leer este artículo. Nos quedan tus historias, puro recuerdo y puro ingenio, y haremos como en El hombre que mató a Liberty Valance, asumir que “cuando la leyenda se convierte en hecho, hay que imprimir la leyenda”. Tú siempre habrías elegido la leyenda... y el don de la risa, como en el comienzo de Scaramouche.

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