No es comparación, el titular suma. Lamentables hechos con responsables directos: quienes los provocan y quienes no intervienen para remediarlo. Algo muy parecido a la denegación de auxilio, es la no-labor del Ayuntamiento y la policía local que, pese a vídeos y denuncias públicas, aún no hay noticias de su intervención en defensa del derecho a la vida de esos animales que mantienen la tradición del coche de caballos y la economía de unas docenas de familias, precisamente quienes, por vivir de ello, deberían ser más respetuosos con él, pues, noble y sumiso, gracias a él obtienen el jornal diario. Porque en más de una ocasión, con todos los respetos, la gente ha preguntado en voz alta quien es más bestia. El espectáculo de un cochero subido al caballo con los dedos en signo de victoria, después de molerlo a golpes, para obligarlo a levantarse con el hocico ensangrentado, no sólo es lamentable. Seguramente es, o al menos debería de ser, motivo para impedirle el trato con ningún ser vivo y obligarlo a mantener siquiera una distancia mínima de 500 metros con cualquiera de ellos.
Querer levantar un caballo a palos debería ser doble delito: por el trato salvaje y por permitir que se pueda llegar a esa situación. Si el caballo tuviera descanso y agua no habrían caídas, o habrían muchísimas menos. El delito, no se sabe, pero el problema es triple. Porque cuando la gente, nativos y visitantes, recriminan a un cochero por maltratar al animal caído en el suelo, por no emplear una forma civilizada de ayudarlo a levantarse, porque los palos y los tirones violentos más que solución son maltrato sádico, él y sus compañeros de profesión se enfrentan y hasta amenazan a los viandantes. La Ley, o sea: la Justicia, debería impedir a toda costa este comportamiento asilvestrado, maleducado, violento. Un comportamiento digno, no ya de una reprimenda de las personas presentes, sino de un tratamiento adecuado por parte de la fiscalía. Pero es que, además, lo que puede y debe ser un atractivo para la ciudad, se convierte en contrariedad, en mancha en su imagen. Son dos cosas: evitar el maltrato animal y con él el deterioro de imagen de una ciudad que, en gran medida, depende del turismo. Dos elementos complementarios, que deberían mover al Ayuntamiento a ser el primer defensor de lo primero y cuidador de lo segundo, en vez de hacerse el sordo como si no fuera con ellos. Como si no fuera con la ciudad. Una ciudad no violenta, como Sevilla, no debe permitir elementos violentos, incapaces de convivir con el animal al que deberían amar, al menos por el roce; incapaces de convivir también con sus vecinos.
Es urgente tomárselo en serio. La acción contra la salvajada de cansar a un caballo hasta que cae al suelo, rendido, sumada al enfrentamiento y las amenazas a quienes defienden al animal, degradan al cochero. Insultan a la buena fe de las personas. Y deben ser delitos punibles. Contra la brutalidad no hay más respuesta que la educación o el castigo. Hacer creer a los visitantes que Sevilla es una ciudad violenta, donde el maltrato a los animales sería lo normal, incluso a aquellos que les facilitan el sostenimiento, es imperdonable falta del Ayuntamiento. n