Lo llamaron libertad porque permitía escuchar música y leer libros gratis. Aunque una y otro se robaran a su autor. En nombre de ¿qué “libertad”? Pero ¿cuántos los han leído? ¿Cuántos se paran a escuchar, salvo la del momento? Libertad “la cultura debe ser libre”. Entonces actores, actrices, escritores, músicos, intérpretes ¿tienen el deber de hacer su trabajo en horas libres, después de hacer otro para vivir? Entonces el periodista ¿tampoco debe poder vivir de su trabajo, aunque todos los mencionados le dedican mucho más de treinta y seis horas semanales? La cultura claro que es libre. Otra cosa es que pueda ser gratis. Gratis ¿para qué? No se tiene certeza del total de lectores de libros on-line, poquitos, eso sí. PDAs sí hay pero eso no presupone el número de lectores/as. La cultura, como toda actividad humana, tiene un coste. Si no lo asume quien la disfruta la tiene que asumir quien la produce. ¿Se puede exigir a quien produce una actividad, además, su financiación para que al usuario le salga gratis?
“Si el gobierno quiere que seamos cultos que nos regalen los libros”, escupió un día un “reivindicativo cultureta”, dispuesto a no dedicar a cultura ni un solo céntimo de sus recursos. Pero al lado –no enfrente- nos encontramos la oposición a que el cine o el teatro sean subvencionados en parte. O al gasto de la Administración en la producción y compra de libros, excepción única de los de textos escolares. Entonces ¿en qué quedamos? Aquí falla algo más que las estadísticas aunque las estadísticas también. Por ejemplo, sería bueno responder a la pregunta anterior sobre la lectura de libros digitales. O en papel, es lo mismo. O la diferencia de asistencia al teatro entre obras no subvencionadas y subvencionadas en parte que, por cierto, son muchas menos que poquísimas. No se llenan más los teatros en función del precio de la entrada. Ni se venden más libros.
La reclamación de gratuidad digámoslo bien claro y bien alto, viene de quien no lee ni es espectador a ningún precio. El personal se para en la calle ante la actuación de un pequeño grupo de viento o de cuerda. Se extasía en la escucha de Thaikovsky, Korsakov, Haëndel o Smetana, por citar sólo unos pocos. Pero en los conciertos esto no es Viena. Ni Bratislava ni Praga. En estos casos afirman “la música clásica es muy aburrida” los mismos que hacen un alto en el camino en la calle Tetuán. Ni los libros en PDF ni los PDA han disparado la lectura. Ni “You Tube” ha enriquecido mentes con su música gratuita. Parece quedar claro que la aceptación de la cultura guarda mucha menos relación con el coste que con el interés por las actividades culturales. Ha decaído el movimiento ciudadano al tiempo que ha aumentado la indiferencia pasotista; la conciencia ciudadana que puso principio a una transición inacabada por ese mismo pasotismo. No es cuestión de dinero, por desgracia. Más valdría responder con sinceridad a otra interrogante: ¿Van a reclamar, alguna vez, la subvención del “cubata”, o su coste lo suple la pretendida gratuidad de la cultura? Difícil. Mucho. Porque la subvención de la cultura, en los escasos momentos en que pudiera existir, no llega más que a quienes tienen interés en ella.