Eso parece. Los regidores de Sevilla, desde que Fernando III puso el ojo en la ciudad le debió contagiar el estrabismo, porque parecen empeñados en una pelea por hacer bueno al anterior. Grave empeño que no sólo explica por qué esta ciudad pierde población, industria, importancia, belleza y notoriedad en el mundo. Será que el rédito se agota, que renovarse no es construir “rascanubes” ni otros innecesarios pseudo modernismos. Será que aún no se han enterado que el Patrimonio acumulado durante siglos por aquellos “antiguos”, es mucho más rentable que las farolas tipo ducha, los suelos refractores de calor o el tranvía más lento del mundo. Porque Sevilla no fue pensada para el transporte público de superficie. Serán capaces hasta de culpar a los “imprevisores antiguos” por su “incapacidad” para prever los “inventos” de estos iluminados “moelnos”. Pero ya no tiene remedio.
La empresa municipal de Transportes, Tussam, no se conforma con cambiar el nombre a los barrios a su antojo, o a su falta de respeto a la idiosincrasia sevillana. O a cambiar el santoral con ese extraño “S. Sebasti” que lucen sus vehículos en primer plano. Con lo fácil que hubiera sido hacerlo más comprensible, al suprimir la preposición en vez de la última sílaba del nombre propio. En fin, cada cual llega dónde alcanza su intelecto y el “Principio de Peter” luce aquí mucho mejor que Arquímedes y otros sabios de la antigüedad, porque esta gente también eran unos “antiguos” y los sucesivos consistorios lo que quieren es “moernizá” la ciudad. ¡Angelitos!
La Parroquia de la Magdalena, de importante recuerdo histórico y más imponente valor arquitectónico, una de las principales muestras del barroco sevillano, lleva tiempo entregada a la restauración de un templo más que importante para el Patrimonio cultural sevillano y como consecuencia andaluz. Los autobuses, esa especie de camiones con motor de tractor y asientos, cuyo peso supera con ventaja el del máximo de su cabida de viajeros, inflige daños graves a la ciudad. Por el desgaste del pavimento por la vibración excesiva en un medio incapaz de superar los 30 Km/h y por la contaminación, la acústica y la medioambiental; todo suma para elevar considerablemente su costo. Un costo demasiado visible en el caserío y de forma más lesiva en la zona monumental. El humo de esos autobuses deteriora cada día lugares tan emblemáticos como las iglesias de San Pedro, Santa Catalina, la Anunciación o la de la Magdalena, una de las más perjudicadas. Si alguna línea no fuera suprimible, por el servicio prestado, ello deja clara la necesidad de construir las cuatro líneas de metro y alguna más. Porque el servicio prestado no puede utilizarse para justificar el deterioro de la ciudad.
El caso de La Magdalena es más grave, más sangrante. Porque una vez previsto el cambio de recorrido, es un sinsentido que, por no trasladar una parada cuatro o cinco metros, se aumente la contaminación al ampliar su recorrido más de quinientos. Un sinsentido con responsables que deberían ser más receptivos. Porque lo que nos jugamos es la ciudad, siempre más importante que la soberbia de quienes programan itinerarios o detentan el poder.