Las obras de William Shakespeare, considerado como el mejor poeta de todos los tiempos, se pueden adaptar a cualquier época y circunstancia. Ocurrió, por ejemplo, a principios de los 80, con la obra titulada ‘Un tal Macbet’, en la que el grupo Tábano utilizó una estética punki en algunos personajes y sacó motos de gran cilindrada al escenario. O ahora en este ‘Rey Juan’, que se ha representado en el teatro Galileo de Madrid y tiene previsto retornar pronto a otra sala de la capital madrileña, montaje que, entre otras cosas, refleja la decadencia de la Unión Europea. Porque en esta adaptación de ‘El Rey Juan’, pieza que Shakespeare escribió en 1597, hay tertulias televisivas entre políticos, conferencias de prensa, inquietantes reuniones en despachos con la bandera de la UE, e incluso una discusión política en un urinario, pero en todo momento está la atmósfera de la obra de Shakespeare y, sobre todo, la palabra implacable del dramaturgo inglés. Y hay que mencionar rápidamente que la función goza de un excelente trabajo interpretativo. Siete actores encarnan a 18 personajes. Cabe destacar a Germán Torres (Rey Juan) y al gran Carlos Olalla (Rey Felipe de Francia).
‘Rey Juan’ es una punzante, honda e incisiva reflexión sobre la ambición de poder. Aunque, finalmente, la tragedia alcanza a todos. “No hay fundamento sólido construido sobre sangre”, advertirá un personaje. El rey Ricardo Corazón de León ha muerto y su hermano Juan se apodera de la corona saltándose la línea sucesoria. Pero Rey Juan, al final, sobre las ruinas de su ambición, exclamará: “Estoy atónito y aturdido y me pierdo ante los males de este mundo”. La función, dirigida por Gustavo Galindo, tiene algún momento de music hall, otros con un fondo humorístico, pero unas cosas y otras están bien armadas sobre la tragedia ideada por Shakespeare, que lo puede todo. Hay ritmo, el texto está bien dicho, y existe un respeto importante al espíritu y a los personajes esenciales de la obra original. Se dice en el programa: “Ver lo corrompida y llena de sangre que puede estar la mano que enarbola una bandera o lo voluble y disonante que suena la voz que grita por un ideal, es de una fascinación morbosa. Convivimos y nos hemos acostumbrado a ello, pero Shakespeare nos zarandea e incomoda”. El montaje, sí, nos muestra un contexto político que, como dirá uno de los personajes, se asienta en “una perfumada pestilencia”. Eterno Shakespeare.