Boris Johnson, primer ministro inglés, es políticamente “la patada de Charlot”, como diría el olvidado pero sensacional Carlos Luis Álvarez, ‘Cándido’. Boris Johnson cultiva una estética estrafalaria, de fantoche descarrilado, aunque en realidad se trata de un hombre culto, adornado por una inteligencia cultivada y leída, un mujeriego con un aspecto físico que recuerda al de un payaso a medio maquillar poco antes de iniciar la función, al que dicen que su actual pareja, Carrie Symonds, llama ‘Osito Borracho’ en la intimidad del 10 de Downing Street. Pero Johnson es el resultado de los efectos perversos que dejó en la política la crisis económica de 2008. Hay quien sostiene que el triunfo electoral del populismo de derechas en Reino Unido y Estados Unidos fue una especie de catástrofe natural, un fenómeno espontáneo: de pronto una parte de la población quiso cambiar radicalmente el statu quo.
Johnson, ya está dicho, es un político extravagante y, en cierta medida, peligroso. En un primer momento se refirió con absoluto desprecio al coronavirus como “el bichito”. Y luego intentó poner en práctica una teoría científica consistente en que corriera libremente el contagio de la pandemia a través del Reino Unido para que la población se inmunizara. Pero el propio Johnson cayó enfermo víctima del coronavirus, hecho desgraciado que de manera desafortunada fue acogido con cierto humor por algún contertulio radiofónico español. Y posteriormente el primer ministro ingresó durante varios días en la UCI de un hospital, con muchos temiendo ya por su vida. Hasta que empezó su lenta recuperación.
Johnson y Donald Trump son, sí, consecuencia de los estragos de la crisis de hace una década. Y actualmente todo son elucubraciones sobre el mundo que aguarda después de la pandemia. Y en torno al perfil de la nueva política. La recesión de 2008 provocó en escaso tiempo el cambio de casi todos los gobiernos europeos. Nadie sabe qué aguarda ahora, cuando la idea y, sobre todo, los ideales de la vieja Europa están gravemente heridos. Reino Unido, el país de William Shakespeare, tiene un presidente que parece un personaje de Martes y Trece. El futuro es una incógnita. Una preocupante incógnita. Como en el título de la recién publicada novela de Fermín Bocos, ‘Algo va mal’.