Felipe González impulsó a poco de llegar al Gobierno en 1982 con aquella poderosa mayoría absoluta por el cambio y con música de Georges Moustaki la ‘bodeguiya’, en los sótanos del Palacio de La Moncloa, llamada a convertirse en el lugar de encuentro con la intelectualidad de la época en torno a un dry martini, desde la luminosa Ana Belén que había enamorado al Capitán Brando, hasta Francisco Umbral, que años antes había entrado en busca de la gloria literaria en el Café Gijón. Pero Umbral percibió pronto que, en vez de un intercambio de opiniones sobre la cosa social y política española, Glez practicaba el monólogo, un arte muy teatral, pero, y lo escribió Umbral cuando entonces, en política “el monólogo es la negación de la dialéctica, y la dialéctica es el estilo literario de la democracia”.
Alfonso Guerra parece estar concienciado de que el tiempo lo ha alcanzado, pero Felipe continúa, erre que erre, en debates públicos, opiniones televisivas, tribunas de opinión, sitios, y ha llegado a afirmar que no se siente representado actualmente por ningún partido, y también ha arremetido con fiereza contra los socios de gobierno de Pedro Sánchez. De todo ello parece venir que FG se encontrara hace unos días con la petición en el Congreso de que se le abriera una investigación por los crímenes de los GAL durante los años 80. Podemos votó a favor, aunque PSOE, PP y Vox derribaron la iniciativa. Y esto tras unas revelaciones realizadas por la desclasificación de documentos de la CIA.
Y ahí está Felipe, desfigurada su figura, con cierto acento suramericano una vez perdida su poderosa voz andaluza, con aspecto de hombre de derechas de toda la vida, y como atrapado en el viejo eslogan de ‘OTAN, de entrada no’, que demostró en los 80 para siempre que una joven generación de socialistas habían pasado de rojos a infrarrojos. Felipe fue una utopía en tintas planas, una euforia colectiva pero fugaz, aquel encanto de ser de izquierdas, pero la vida convierte finalmente a algunos en reina madre. FG quedó atrapado en su pasado y, como en aquella película, bajo la sombra de la sospecha. Ahora escribe largos artículos de opinión como iluminado por las ideas liberales de Mario Vargas Llosa, y algunos lanzan sobre él la conjura en vídeo de los GAL. Aquella utopía roja de 1982 murió casi antes de nacer.