Lo que queda del día

De la tragedia a la estadística

Sostenía Stalin que “la muerte de un hombre es una tragedia, la muerte de millones es una estadística”, y hemos convertido la tragedia diaria en estadística

Publicado: 13/02/2021 ·
01:15
· Actualizado: 13/02/2021 · 17:06
  • Coronavirus. -
Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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He leído que hay países europeos, entre ellos Bélgica, en los que la televisión ha decidido reducir las horas de emisión diarias dedicadas a informar sobre la pandemia para no perjudicar aún más el ánimo ni la salud mental de la gente. Más que un alivio para los televidentes habría que entenderlo como una mala premonición: esto va para largo.

A falta de que todo se haga irrespirable, ya se aprecian los primeros síntomas de la fatiga pandémica, del hartazgo, provocados por la indefensión, el miedo, el cansancio, las deudas, el “sin vivir” y, peor aún, la pérdida. Sostenía Stalin, de forma perversa, que “la muerte de un hombre es una tragedia, la muerte de millones es una estadística”, y hemos terminado por convertir cada tragedia diaria en una estadística: “Récord de fallecidos hoy en Andalucía”, alertaba esta tarde la presentadora de un telediario con carita de angustia -la perversa influencia de los emoji ya ha llegado a los informativos-. Sumamos muertos como si se tratara solo de féretros vacíos con los que calcular la dimensión del drama, con el único fin de que sirva de advertencia, mientras relegamos al anonimato y al vacío el dolor de cada familia destrozada. 

Los datos son terribles en todos los sentidos, aunque los relativos a los contagios y a las altas diarias nos han permitido establecer un marco interpretativo en el que no cabe la trasparencia a medias de una rueda de prensa, ni la ilusión transitoria de una ministra de Turismo, ni el papel disuasorio de una propuesta de sanción por no llevar la mascarilla en plena calle. A esos datos nos aferramos ahora como quien persigue el rastro de una pista que nos ayude a encontrar el hilo invisible de una esperanza siempre difusa, o la clave con la que intentar desentrañar, más que un misterio, la fecha probable de la firma de un nuevo armisticio  con el virus que nos conduzca definitivamente al final, o al comienzo de todo lo demás: ¿2023? Cuando en 2010 vaticinaron como fecha de recuperación 2018, aún era joven para soportarlo. Dos años más así se me antojan ahora un abismo.

La sensación actual es que nos han robado las certezas, como a Sabina le robaron el mes de abril. Cuando no es una mutación del virus la que espanta nuestras ilusiones, es una farmacéutica aprovechándose de la candidez de los gobiernos europeos en favor de un mejor postor al que vender sus vacunas. A este ritmo las dosis van a parecer material de atrezzo, o elixires con número de serie, como la añada exclusiva de una bodega. No se apuren, siempre habrá alguien a quien echar la culpa, eso es seguro, y siempre habrá excusas para postergar decisiones o promesas, ya sea por algún tipo de imperativo o de imprevisto.

El hartazgo no es solo por el coronavirus; también por los que nos hicieron creer que saldríamos mejores y más fortalecidos de esta situación a base de aplaudir en los balcones cada tarde.  Y eso que todavía no ha tenido lugar el reparto de los fondos Next Generation, que, aunque tengan nombre de grupo pop adolescente, y  la melodía de fondo haya sido compuesta para agradar a todos los aspirantes, sigue sin desvelar la letra de su tema central. Será un éxito garantizado, pero no habrá royalties para todos, como sigue sin haber fondos compensatorios para las empresas y autónomos a los que ya no les queda más que subastar sus pulmones para sobrevivir, toda vez que ha quedado demostrado que no pueden mantenerse del aire -solo les falta presentar el justificante médico por ventanilla para que les tomen en serio-.

Más grave aún, y lo resaltaba esta semana el presidente de la CEC, Javier Sánchez Rojas, en 7 TV: “No se entiende que un país que es segunda potencia mundial en turismo siga sin contar con un plan de choque para el sector turístico”; salvo que Pablo Iglesias haya terminado por convencer a Pedro Sánchez de la oportunidad de cambiar de modelo productivo en nuestro país, donde vamos camino de aceptar que cualquier parecido con la realidad se deba a una coincidencia.

 

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