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CinemaScope

Bullet train, un disparate muy divertido

David Leitch dirige su mejor película hasta la fecha de la mano del peculiar y cómico universo coral al que da forma en el interior de un tren bala

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Hollywood no para de lanzar guiños al mercado asiático con sus últimas superproducciones bajo un estricto y lógico sentido mercantilista. Bullet train se encuentra entre ellos. La acción no solo discurre en un tren bala que realiza el trayecto entre Tokio y Kioto, sino que apela constantemente a la fascinación por el mundo zen, los yakuza, la modernidad disfrazada con poderosas luces de neón, el anime y la filosofía oriental, aunque esta última sea tomada a broma a lo largo de todo el metraje, por la sencilla razón de que toda la película es una enorme broma, un disparate, pero tremendamente divertido.

 Al frente del proyecto se encuentra David Leitch, curtido en varias sagas del más reciente cine de acción -John Wick, Fast and furious, Deadpool-, que siempre ha estado marcado por un sentido de la espectacularidad que alcanza un notable despliegue en este nuevo trabajo, sin duda, su mejor película hasta la fecha.

Lo logra no solo a través de su disposición para sacar un notable partido al reducido escenario del interior de cada uno de los vagones, sino por su capacidad para dar sentido al peculiar universo coral que forma parte del mismo y saber marcar el tono adecuado para sobrellevar los excesos, sobre todo narrativos, que van elevando el atractivo de un filme que termina superándose gracias a la comicidad exigida a la acción y a los propios personajes, que desde su propia caricatura -como reflejos de otros personajes extraídos de películas de Tarantino o Guy Ritchie, incluso el Kaiser Sosé de Sospechosos habituales- contribuyen al trepidante y ameno desarrollo de la trama.

Todos ellos son asesinos a sueldo que comparten un mismo tren, un mismo destino y un mismo objetivo -custodiar un maletín con el dinero de un rescate que deben entregar a su correspondiente pagador- y que, por diferentes circunstancias, ya han cruzado sus balas y sus víctimas en el pasado.

Con un más que solvente Brad Pitt como principal atractivo, el peso del reparto colectivo obliga a destacar asimismo la presencia de Aaron Taylor-Johnson y Brian Tyree Henry -los sanguinarios Limón y Mandarina-, Joey King -en un completísimo cambio de registro- y un desfasado Michael Shannon, que si han sobrevivido hasta entonces no ha sido a base de las frases sentenciosas de un monje japonés, sino por su afán por lo único que mueve sus vidas: el dinero.

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