¡Cómo nos estropeamos!

Publicado: 28/07/2024
Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Según la Biblia, Yavé nos hizo del barro, pero hay que ver cómo ese barro se ha ido agrietando con el paso de los años
Nadie me podrá negar que la playa ofrece un espectáculo gratis, en el que los cuerpos, liberados de ropa, dejan ver todos los defectos del mundo. Harto de miraren el manicomio nada más que locos y locas con las camisitas blancas a la fuerza, ir a la playa supone para mí una fantástica fuga hacia la realidad. Allí se contempla la libertad más absoluta, porque la mar carece de fronteras y no es como el campo que es ancho y ajeno. Llaman la atención los cuerpos serranos que se pasean por la orilla sin pensar en que están siendo analizados con la locura que nos permiten estos ojos .

Y vamos a ser sinceros, en la playa hay muchas cosas que contemplar, no todas agradables. Según la Biblia, Yavé nos hizo del barro, pero hay que ver cómo ese barro se ha ido agrietando con el paso de los años. De las costillas y su decadencia es mejor no hablar. Allí en la playa es donde fracasa la falsa teoría de que todos somos iguales. Nada más que hay que darse una vueltecita para ver que de eso nada. Aquí los únicos iguales son los décimos de la ONCE. No lo puedo remediar, a mí me encanta criticar, siempre y cuando no me critiquen a mí, que conservo las hechuras normales, según me indica mi gran amigo el espejo casi todos los días. Estarán de acuerdo conmigo en que la gente, en líneas generales, es fea, bastante fea, salvando a unos poquitos elegidos por la fortuna para ser guapos y guapas, pero son los menos. El que lo dude, que no dude y que baje a la arena. Y siempre me digo para mis adentros que hay que ver cómo nos estropeamos.

Allí vemos que hay mucho personal parecido a los cangrejos moros. Me los imagino de noche suplicando que el cielo les facilite más manos para rascarse. Otros llegan más blancos que las mentes de muchos políticos. Incluso a algunos se les olvida ponerse crema, con lo que el sol hace estragos en sus pálidas y delicadas carnes. La playa nos muestra un escenario ideal para contemplar el paso de los días, de los años y de los trienios. Hay señores que llevan unas barrigas imposibles de disimular, y señoras que sin estar embarazadas es como si lo estuvieran, algunas de trillizos.

Sin embargo, no todo en la playa es para olvidar. A este loco le enternece  y emociona ver en la orilla a los niños pequeños jugando en la arena, comiéndosela y pretendiendo inútilmente hacer agujeros que se traguen el mar. Puede que un día algún niño lo consiga a base de ilusión, porque cosas más difíciles se han conseguido, pero allí los tienes escarbando en una tarea interminable. Y, si nos vamos al otro extremo de la vida, hay que morir, en el buen sentido de la expresión, con esos abuelos cogidos de la mano entrando en el agua con el pensamiento de quince años y con esqueletos de ochenta. Es muy dulce ver que sus piernas, dobladas por el tiempo, no se han doblegado todavía. Saben que tienen los telediarios contados, pero no se arrugan aun teniendo arrugas para regalar.

En fin, que me paso los ratos embobado viendo cómo llegan las olas a mis pies y cómo acarician los sueños de eternidad que tienen todos los que pasean por la orilla, aunque el panorama en general que presentan sus cuerpos desgastados sea desolador.

A ver si en la otra vida nos prestan una carnes más vistosas y alentadoras, y de paso nos dejan ya fuera del manicomio.

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