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Ohran Pamuk y Estambul

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Fue la joya del imperio de la Sublime Puerta. Entre noviembre y diciembre de 1850 Flaubert estuvo allí dando de comer a las palomas de la mezquita de Bayaceto. Se alojó en el Hotel Justiniano. Anduvo todo el tiempo indagando sobre las putas turcas. Paseó de noche por el cementerio de Pera.
Le contaron la leyenda de la Iglesia Bulugli o "de los peces", aquellos peces que resucitaron cuando los estaba friendo un marino a su vez también resucitado. "La vista de un eunuco blanco causa una impresión desagradable, hablando nerviosamente, es un producto singular, no se le pueden quitar los ojos de encima; la vista de los eunucos negros nunca me ha causado nada parecido".
A propósito de Kavafis: "Muchos admiradores suyos y alguna novela valiosa -dice José María Álvarez- le han adjudicado una ciudadanía alejandrina a mi parecer excesiva. Kavafis es mucho más un hombre de Estambul". Pero el gran maestro de la melancolía estambulí es Pierre Loti, entre la compasión y la muerte, como testigo desolado del tiempo que pasa. ¿No se aburría Loti con tanta vida contemplativa, con tanta sensualidad enfermiza?
La mejor actitud para conocer Estambul es ir curado de espanto. Un viajero me contó el mal encuentro que tuvo en "Kücük Ayasofía", una calle paralela precisamente a la de "Piyer Loti". Pero él iba ya harto de tanta evocación literaria y de tanta pedantería. Pero gozó con la vista del faro desde la Sala del Tesoro del Topkapi Sarayi. Maximilian Schell, Melina Mercuri, Robert Morley, todos sudando para robar la valiosísima gumía en la película de Jules Dassin ("Topkapi", 1964).
Para ir al archipiélago Prinkipo es mejor coger el ferry de Kabatas porque es más rápido que el de Sirkeci. En la isla de Büyükada (en turco, "Gran Isla"), empezó en 1929 el exilio de Trotsky, que antes había pasado dos meses en Estambul. En una foto de 1932 se ve a Trotsky pescando en una barca en las aguas de Büyükada, acompañado de Natalia y Kharalambos, el experto pescador griego. Trotsky y la Sedova sujetan la red. La cocinera de la casa era griega. La criada que hacía la limpieza también. "Ia ni Rousski / Ia ni Turtski / Ia Kavkavski" ("No soy ruso / no soy turco / soy caucásico"), cantaba Omer Effendi, el jefe de la guarnición de policía encargada de la seguridad del desterrado.
Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatur en 2006, escribió "Estambul. Ciudad y recuerdos" (Mondadori, Barcelona, 2006). Este es un libro que me permito recomendar a todos aquellos interesados en esa metrópoli inabarcable, en ese "Puerto de la Felicidad" que, según la profecía helénica, llegará un día en que volverá a llamarse Constantinopla. Entonces será reanudada la misa en Santa Sofía que interrumpieron los jenízaros de Mehmet el Conquistador.
Pamuk cuenta la historia de su familia, los conflictos derivados del fanatismo -los saqueos de los barrios de Ortaköy, Balikli, Samatya o Tener, habitados mayoritariamente por rumíes descendientes de los antiguos bizantinos, las persecuciones de cristianos, los asaltos a las viviendas de los ricos en Nisantasi, los golpes militares, las contradicciones entre el laicismo republicano y el islam, los traumas de la modernización-, sus ideas sobre la religión y las costumbres.
No puede decirse que éste sea el libro definitivo sobre Estambul, pero es un libro interesante y revelador, lo que a estas alturas es más que suficiente. Pamuk narra en él sus memorias hasta los veinte años. ¿Cuál es el significado oculto de esa amargura que, según el escritor, define a su ciudad natal? ¿Divagaciones superpuestas de literatos extranjeros sedientos de experiencias exóticas? ¿Corrientes subterráneas que fluyen desde el pasado remoto? ¿La infinita ceremonia en espiral de sus habitantes?

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