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Rafael de Paula, el torero de las musas

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Medio siglo se cumple de la alternativa de Rafael de Paula, artista de inspiración constante en el ruedo, el torero de las musas por la poesía que encierra su estilo, singular y proverbial, de insospechada pureza en las formas y con fondo de delicado misticismo.

Un escenario histórico para la ocasión, no podía ser de otra manera, fue el maestrante ruedo de Ronda, donde Paula recibió el doctorado, el 9 de septiembre de 1960, apadrinado por Julio Aparicio y con Antonio Ordóñez como testigo.

Rafael Soto Moreno, Rafael de Paula, nació el 11 de febrero de 1940 en Jerez de la Frontera, más concretamente en el barrio de Santiago, donde tantos artistas de lo flamenco vienen al mundo.

Gitano por los cuatro costados, cuyos rasgos están marcados en su su piel morena y la brillante oscuridad de su mirada, Paula es en el ruedo y frente al toro la máxima expresión de la cultura de los suyos, en gracia, duende y arte, una extraordinaria personalidad desarrollada además desde la más natural y sugerente improvisación.

Por eso, en tan importante efemérides, hay que hablar no sólo del torero si no también de la persona, de una asombrosa capacidad humana. Paula piensa y siente como torea, pausado, poniendo el alma en sus actuaciones. Y es sencillo, como la propia vida que lleva ahora apartado de la actividad taurina.

Su última ocupación profesional fue como apoderado del diestro "Morante de la Puebla", de quien se dice que ha llegado al culmen de su carrera por el inestimable punto de partida que encontró en "el maestro", que inspiró su ética y estética en el ruedo y en la calle.

Pero los grandes logros de Paula están escritos en su propia soledad y con una forma de entender la vida, lo mismo en pasajes de triunfo que de fracasos, que deja huella: la despaciosidad.

La cadencia para torear y para caminar ha sido y son algo consustancial al gitano de Jerez desde aquel 9 de mayo de 1957 cuando vistió su primer traje de luces, precisamente en Ronda.

Varias cornadas graves en su etapa como novillero antes de presentarse en Madrid, en septiembre de 1959, un año antes de la alternativa que ahora se conmemora, y que resolvió con un triunfo de dos orejas, una a cada toro de Atanasio Fernández que lidió ese día.

Pasarían catorce años sin confirmar en Las Ventas, unas temporadas en las que escasearon los contratos, sin embargo, con actuaciones aisladas que seguían avivando la llama de la pasión por su inigualable toreo, concretamente dos corridas en las que se anunció en solitario en su Jerez natal y en la vecina ciudad de El Puerto de Santa María.

La tarde de la confirmación, el 28 de mayo de 1974, dejó para el recuerdo un quite de ensueño.

Como otra actuación ese mismo año, en la segunda plaza de Madrid, Vista Alegre, que inspiró a José Bergamín obligándole a aplacar la sonoridad y el barroquismo del pasodoble, haciéndole enmudecer en el verso, cuando llamó a su poesía "la música callada del toreo". Fue cuando nació el mito del duende y el pellizco, la magia y la fuerza del toreo indescriptible.

Paula, su figura torera, escenificó y mezcló todavía faenas celestiales con otras poco afortunadas. Las cosas de los genios.

En el haber positivo, aquella al toro "Sedoso" del marqués de Domecq en Jerez, o la de Madrid al toro de Martínez Benavides sobre el que se sentó una vez muerto el animal como expresión de haber quedado exhausto por la plenitud artística alcanzada tras el esfuerzo de "vaciarse" por completo; o los seis toros que mató en solitario en la Maestranza, en 1987, y que le supuso la salida a hombros por la cotizada Puerta del Príncipe.

Rafael Paula colgó definitivamente el vestido de torear el 18 de mayo de 2000, en Jerez, y dos años después recibió la Medalla de Oro de las Bellas Artes. Un arte de embrujo y arrebato.

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