Un ohhhh... para el artesonado...y la piedra vista en el altar lateral
Puede que no sea la historia de nunca acabar, pero sí la de que va a terminar despacio. En el horizonte cercano está la intención del párroco, conocida y apuntada varias veces desde estas mismas páginas, de terminar o al menos poder abrir al culto el templo de San Bartolomé la próxima Semana...
Pero los avances se van viendo, poco a poco. Una vez que la cubierta del tejado es historia, en el sentido de que está reparada y que los primilla han anidado la pasada primavera sin interrumpir ni paralizar las obras, todo ha sido cuestión del interior, de recuperar, que no es poco, los altares, retablos y púlpitos (tarea ardua de restauración), lo mismo que la solería del templo, los pilares, las paredes, habilitar la sacristía, etc.
Arriba
Pero como se empezó por arriba, digamos que la restauración por el tejado y el campanario, poder contemplar las realizaciones llevadas a cabo hasta la fecha sólo está vedado a quienes tengan algún problema de cervicales. En cualquiera de las tres naves que se sitúe alguien y eche la vista hacia el cielo, encontrará artesonado mudéjar, esas maderas vistas que sujetan la cubierta y que están descubiertas componiendo una trama de bello color y de sobriedad del templo. Bien es cierto que el de la nave lateral que da al norte, quemado en su momento, ha tenido que ser repuesto y no es el original como en el resto de las naves donde se ha tenido que retocar, pero es el que había hace siglos y que fuera tapado, privado a la vista del público, por los falsos techos d escayola que servían como bóvedas ojivales.
Es una mirada casi extasiada, en una cuadrícula perfecta, que añade a la belleza tradicional de la madera, el carácter histórico de la cubierta y esa perspectiva lejana, desde abajo, que permite contemplar detalles y conjunto.
Detalles, por ejemplo, en los pilares de los que arrancan los arbotantes, y en los que estaba sujeto el falso techo de escayola colocado en época posterior a la mudéjar, cuando iba con las modas. En esas enormes columnas se apreciaban diferentes agujeros que servían para fijar esos techos blancos que escondían la belleza negra, de madera.
Hay un ohhhh, sí cuando miras hacia arriba. Y hacia los laterales o hacia el suelo, esa admiración se va produciendo a medida que se completan las reparaciones, que por ejemplo, no se van a producir en el viejo órgano, salvo que aparezca algún mecenas. Muy deteriorado y también expoliado en sus elementos metálicos, la música no se escuchará en San Bartolomé, aunque quedará en su lugar, al final de la nave central, como testimonio del coro que irá allí ubicado. Se le lavará la cara como gusta decir el párroco, y luego con el tiempo que sea lo que sea. Restaurar esos órganos, y en este caso algo más que eso, es una tarea complicada y excesivamente costosa, aunque su música pudiera ser, y lo sería, casi celestial.
En un lado
Aún con las obras en plena ebullición, con los cascotes, los sacos de cemento, de yeso, los andamios, el ruido de las hormigoneras, las rabiosas, etc, en uno de los laterales de la iglesia, cerca del altar mayor se apreciaba una zona haciendo esquina. Es de piedra vista todo el muro en el que se incrusta una gran celosía que ilumina la estancia. Justo debajo de ella se encuentra un arco ciego, pero marcado en la pared, como una hornacina en grande, el hueco justo y necesario para colocar un altar. El remate de esa pared de piedra con el artesonado, deja una idea de cómo podría quedar una vez finalizado.
Será el altar, comenta el párroco, de San Bartolomé. Aunque esa piedra vista en el muro interior, el arco y la propia celosía le configuran una personalidad especial, puede que su remate final no sea el que aparece y quizá tenga retoques. Será entonces cuando adivinemos si tiene más razón quien pretende conservarlo o quien pretende enfoscarlo, darle cemento y cal.
El recorrido por la restauración de San Bartolomé no termina ahí, pero sí parece bastante claro que es el camino que antes se ha recorrido. El resto de vericuetos irán paso a paso, posiblemente el primero el altar mayor, luego el resto de naves, la solería, la sacristía, los retablos que están en el templo y los que han sido trasladados hasta la dependencias de la Escuela Taller para empezar con su restauración. Las piezas van encajando en su sitio, pero esa rapidez de colocación no es tanta, o sí, como desearían los que, segurísimamente con el sacerdote titular a la cabeza, exhalan un ¡por fin! cada vez que algo queda definitivamente en su sitio, cuando está presto para ser inaugurado, una vez llegado el momento. Son muchos por fines y cientos, diríamos miles, de peticiones las que se han hecho y se van a seguir haciendo a la solidaridad. No es el templo de nunca acabar como apuntábamos al principio, sino el templo baenense que está deseando ser acabado para así prestar sus servicios a una barriada que desde el primer momento se ha volcado o ha participado, que todo vale, todo aporta, todo suma, intenciones, monedas y hasta oraciones y rezos...
—Ayuda extra—
El sacerdote al que no se le escapa ni un sólo detalle y que continúa con la puesta en práctica de su mentalidad de empresario, su otra vida terrenal
Día a día y paso a paso es una combinación de palabras muy socorrida para alabar las virtudes de quien está pendiente a cada minuto que pasa de su tarea, de su negocio, de su empresa o de su trabajo. En algunas ocasiones se trata de una expresión que mantiene una cierta exageración sobre su realidad, pero en otras se torna verdadera como la que más. Desde que el obispo de Córdoba le reconociera que la obra de recuperación de San Bartolomé dependía de su capacidad para llevarla a cabo, sacarla adelante, algo así como tienes el poder, que te lo doy, pero no me pidas dinero, Manuel Cuenca se ha enfrascado en el empeño y no lo abandona ningún segundo. Porque no se trata únicamente de colocarse a pie de obra, sino también de analizar, de pensar, de cabilar, de dónde, cómo, se va a recaudar el siguiente euro, a qué puerta se va a llamar para que suelte un hilo de generosidad monetaria para poder continuar con las obras. Para afrontar los últimos años de su apostolado, no es un mal final, al contrario, muy trabajoso y para el que Manuel Cuenca saca fuerzas porque las tiene y hasta las derrocha. "Dios me ayuda siempre". Y con eso, despunta una nueva jornada y da exactamente igual que haya que subirse al tejado, que acompañar a visitar la obra a los directores del proyecto, que encalarse un poco las vestiduras negras, que atender a los medios de comunicación, que charlar con el alcalde, que vender rifas, que organizar una caballada, abrir el templo aunque esté a medias para que la gente vea y se anime a seguir colaborando... Siempre a pie de obra, siempre en el tajo. Manuel Cuenca es como la hormiguita que a poquitos, o como la mosca que insiste en colocarse en una zona o en un lugar que le gusta.
Sorprendía verdaderamente contemplarle en lo alto del tejado, en los andamiajes, subiendo al campanario, cuando esas zonas de la cubierta de San Bartolomé estaban en obras. Ágil de verdad. Como si lo hubiera hecho toda la vida. Y no exageramos, porque Manuel Cuenca tuvo durante muchos años a su cargo una empresa textil en la vecina localidad de Luque. Y esa mentalidad de empresario, de estar pendiente de la última puntada y del tercer botón, no se va así como así, es algo que no se puede despegar de uno por mucho que la palabra jubilación esté en algún papel. Vamos, que si se me permite la expresión, hasta la tumba.
Con esa misma mentalidad, o similar, sigue paso a paso la restauración de San Bartolomé. Yendo muchos meses e incluso años por delante de lo que van los trabajos. Cuando se acabe esto, haremos lo otro, aquí podríamos realizar tal cosa, o ver si de esta forma quedaba mejor. Él sabe que puede caer hasta algo pesado, de hecho cuando vende rifas o pide colaboración, lo puede experimentar. Incluso alguno pensará que el cura que se meta en lo suyo y nosotros en lo nuestro. Pero está ahí, no descarta seguir estándolo e incluso se muestra dispuesto a ir casa por casa para solicitar el dinerito que sume el dinerazo que aún hace falta para que la iglesia de San Bartolomé pase del abandono a la digna condición de templo.
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