Desde el campanario

Visionario Bob Dylan

El planeta azul no pone nada de su parte. Somos los hombres los que no paramos de joderlo y joderlo cada vez más

Publicado: 30/06/2024 ·
19:18
· Actualizado: 30/06/2024 · 19:18
Autor

Francisco Fernández Frías

Miembro fundador de la AA.CC. Componente de la Tertulia Cultural La clave. Autor del libro La primavera ansiada y de numerosos relatos y artículos difundidos en distintos medios

Desde el campanario

Artículos de opinión con intención de no molestar. Perdón si no lo consigo

VISITAR BLOG

Cuando no es una cosa es otra, aquí no salimos de la crisis. Es como una enfermedad crónica imposible de ignorar. De ello se encargan los medios que no paran de recordarnos machaconamente la subida del azafrán, del salmorejo y de la canela en rama. Nombro estos productos por no repetir la electricidad, el gas y el aceite de oliva que son los que nos vocean día tras día, como si no existieran el agua embotellada y el dentífrico. Poner a prueba tu estabilidad emocional colocándote delante de la tele a la hora de los informativos es de una temeridad lunática. Si no te apartas a tiempo, en Salud Mental te esperan con una caja de citalopran en la mano.

La crisis en realidad no es otra cosa que el cambio substancial en el desarrollo de un proceso. Un cambio que origina una inestabilidad palpable que no debería alarmarnos tanto en sí misma. Al fin y al cabo, el mundo a lo largo de su historia ha sufrido toda variedad de crisis y ahí sigue dando vueltas, acostándose y levantándose cada día ajeno a las ambiciones humanas. Humanas, porque cuando hablamos de crisis en el mundo, en realidad hablamos de los individuos que lo poblamos. El planeta azul no pone nada de su parte. Somos los hombres los que no paramos de joderlo y joderlo cada vez más. Pero como no tenemos bastante jodiendo al mundo, también nos jodemos entre nosotros. ¿Y quién es el culpable de todo? La respuesta a esta pregunta se encubre con máscaras dispares dependiendo del lugar de la tierra en que se formule, y posiblemente nadie esté en posesión de la verdad absoluta. Ni siquiera los analistas especializados en la materia se ponen de acuerdo. Por supuesto que no está a mi alcance especulativo conocer el origen, las consecuencias y las soluciones sobre la cuestión, porque uno es consciente de sus limitaciones y no va a caer en la necedad de competir con teorías más autorizadas. Esto no quiere decir que aquí el escribidor no tenga su propia opinión sobre el particular, y para aplicarla recurro, como en muchas otras ocasiones, a una recomendación que recibí de mi maestra doña Socorro cuando todavía la Iglesia Mayor era menor de edad, y que consiste simplemente en minimizar la visión global de los problemas para poder contemplarlos desde una óptica mucho más cercana.

A mí se me pueden escapar de las manos los métodos adecuados para el correcto gobierno de un país, pero no así la administración de mi economía y el apacible funcionamiento de mi casa. Tampoco estoy en condiciones de dictaminar sobre los males generales de la sociedad, pero puedo aproximarme a los que observo en mi entorno directo. Por tanto, solo necesito hacer un simple ejercicio comparativo para acercarme un poco, solo un poquito, a los enigmas referidos de origen, consecuencias y soluciones de la crisis.

El origen de una crisis financiera en mi casa siempre es provocado por la desproporción en el consumo. Sus consecuencias se advierten en la falta de liquidez a finales de mes y la ausencia de jamón en la alacena. ¿Qué hacer entonces? La solución se resume a un plan de austeridad inmediato, a través de una lista de prioridades inquebrantables. Luego, el tiempo se encarga del resto. En cuanto al modus vivendi que caracteriza a la sociedad de la que formo parte, destaco básicamente la transformación meteórica en sus ambiciones terrenales provocada por el Pensamiento de Keynes y la consecuente evolución desnaturalizada que hemos sufrido en los últimos ochenta años. Los pilares de la prosperidad han renunciado al romanticismo pretérito, y los cimientos de la convivencia y la economía se han visto afectados por la aluminosis de la imposición materialista. Aquí la teoría de la minimización solo vale como lupa inquisidora, porque la aplicación de soluciones se encuadra en un contexto colectivo lejos del alcance personal de cualquier individuo.

No obstante, insisto en la referencia mencionada anteriormente sobre la senectud del mundo ante cualquier forma de crisis. Para muestra un botón y para confirmarlo una canción. ¿Su título? La respuesta está en el viento.  A los más jóvenes quizás le suene a fósil del pleistoceno sincrónico, pero a los que conocimos el pantalón de campana y la mini falda, aquel manifiesto reivindicativo de paz espoleó nuestra adolescencia. Estos versos endémicos de Bob Dylan, aún serpentean avergonzados por los tirabuzones del aire preguntándose incesantemente

¿Cuántos caminos debe recorrer el hombre para llegar a ser un hombre?

¿Cuántos mares debe surcar una paloma para descansar sobre la arena?

¿Cuántas balas deben explotar para que se prohíban para siempre?

¿Cuántas veces tendrá el hombre que mirar arriba para ver el cielo?

¿Cuánto oídos necesita el hombre para escuchar el grito de otros hombres?

¿Cuántas muertes son necesarias para comprender que ya son demasiadas?

¿Cuántas veces tiene que girar su cabeza el hombre para fingir que no ve?

Esto lo escribió Dylan en 1962 y todavía seguimos esperando a que el viento nos de la respuesta.  

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN