Desde la Bahía

Quién salva la Navidad

 Si queremos ser la cera que ilumine la llama de la fe, tenemos que deshacernos de la hipocresía, de la fantasmagoría que tanto nos place

Publicado: 22/12/2024 ·
15:16
· Actualizado: 22/12/2024 · 15:16
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Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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Las creencias se están diluyendo de tal forma en el medio ambiente actual, que hasta la ciencia matemática ha querido contribuir con sus reglas en este descenso continuado que puede llevar al abismo lo que hemos considerado inalterable e infalible. "Las creencias están en razón inversamente proporcional al conocimiento científico", es decir, el avance en el saber es el mejor indicador del retroceso en la fe.

El origen del universo no se debe a la mano de un creador, sino a procesos físico/químicos y evolutivos, dice la ciencia. También nos dice que el origen del ser humano, no está en un paraíso, en un vergel placido y sereno, donde un escultor, les dio capacidad de movimiento y relación, sino en una especie de amor romántico o de conveniencia perfecta, donde elementos simples matrimoniados mediante simbiosis, fueron el origen de una evolución orgánica que, por ahora, parece haber encontrado una posada -el mundo actual- donde pernoctar y permanecer sus inquilinos máximos y supremos, hombre y mujer,  sin que se sepa a qué camino y a qué meta quieren llegar y si lo harán con el mismo envoltorio orgánico, que el que ahora disfrutan o vendrán otros seres más inteligentes y expertos que les hagan quedar como figuras intermedias.

De momento lo que tenemos más a la vista, palpando su realidad, es que las máquinas nos han superado en erudición, resolución de problemas y construcción de todo tipo de juicios, sean estos en libre prosa o ajustados versos. Nuestro cerebro es ínfimo, en relación al enorme recordatorio que una máquina en segundos te ofrece. Es la inteligencia artificial, bien denominada, porque depende de modo absoluto de la “corriente de electrones” que la mantiene y capacita. En un lugar aislado, sin electricidad, ni “posibilidad de carga” es un burdo instrumento, molesto e inservible. Sufre también nuestra inteligencia natural, porque siendo como creemos atributo del alma y fuente de libertad, sin embargo, parece que desde siempre la falsa prudencia, el miedo, el interés o la cobardía la llevan de modo permanente a sentir lo que dice, pero nunca a decir lo que se siente, como bien indicó Quevedo.

 Si queremos ser la cera que ilumine la llama de la fe, tenemos que deshacernos de la hipocresía, de la fantasmagoría que tanto nos place, de ripios, escapularios, mantos y cruces, de no tener que pregonar, sino comunicar, es decir, hacer saber a alguien algo qué consideramos verdad absoluta, haciéndolo partícipe de la enseñanza que toda creencia precisa.

La realidad no puede obviarse. Es la mayor fuerza viva que existe. No es infalible, sino cambiante. Pero el cambio está sujeto a quien tiene el poder de hacerlo y los tiempos, al menos el que nos ha tocado vivir, están sujetos al mando político que es de color laico.

Es cierto que en este país -y también en otros que lo ocultan- nos estamos acostumbrando a que el Estado dé las soluciones a los más diversos problemas que a diario se presentan. Criticamos al político, quizás porque vemos en su continuo caminar mas veredas de fingimiento que de firmeza, pero el crítico, que juega a ser intelectual, tiene como misión más importante enunciar con la mayor precisión posible que aquello que se critica tiene otra faz diferente que es preciso poner en movimiento y aquí terminan sus proposiciones bien pensadas, pero llevarlas a la realidad corresponde a los que han sido elegidos y estos tienen la obligación de realizar estos pensamientos, pero no a decir los suyos más íntimos, por lo que considerando que en ocasiones decir lo contario a lo que uno siente es el concepto de mentir, diríamos que a veces obligamos a que esto ocurra.

Eso es lo que me viene a la memoria cuando llegan estas fiestas navideñas -la Navidad es la conmemoración del nacimiento de Cristo e iniciación de la religión cristiana- como el laicismo pierde su rigidez y se declina, para dejar paso a un sentimiento falseado de efeméride fraudulenta y todos -o casi todos- acuden a pregones, los lideran y los hacen suyos. Se ornamentan los edificios donde antes se han retirado iconos del mismo Ser que ahora ensalzamos, se cantan villancicos en escuelas donde la religión estaba arrinconada o prácticamente expulsada y se le da al Misterio de la Encarnación el carácter fabulista o de cuento de hadas, que hace invisible la finalidad suprema que este nacimiento trajo consigo.

Se enfrenta nuestra creencia más tradicional con el oscuro futuro que se le vislumbra. La necesidad de entrega y verdadera difusión de la doctrina cristiana, va a precisar de integridad, sin hipocresía o santurronería, la época de la mojigatería, necesita de un pasado, pero ser ajena al presente. Ya no tenemos una Constitución de Cádiz, donde se proclamó que “la religión de la Nación ES y SERÁ perpetuamente la católica, única y verdadera” sin óbice a que España se proclamase libre e independiente y no ser patrimonio de familia o persona alguna. Ahora el articulado es humano y lo tienen que constituir aquellos que eligieron esta creencia libremente, porque la ciencia, que siempre es sabia, sabe que al final de todo descubrimiento siempre está Dios.

 

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