La escritura perpetua

El dictador

Franco estuvo muerto desde mucho antes de morir, es decir, desde mucho antes del 20 de noviembre de 1975 porque al balcón del Palacio de Oriente se asomaba su cadáver todavía con un último y patético aliento de vida

El PSOE ha pedido en una iniciativa presentada en el Congreso de los Diputados que se exhumen los restos de Francisco Franco del Valle de los Caídos. Esta idea de los socialistas tiene un componente político, naturalmente, pero también teatral. Sobre todo por la época del año en la que se expone. Estas son -aunque algo pasadas ya- las fechas de Don Juan Tenorio, el atormentado héroe romántico de José Zorrilla, tal vez el protagonista de la mejor obra teatral escrita en lengua española en todos los tiempos. Don Juan, en su angustiosa peregrinación  por los cementerios, entre los ripios sublimes de Zorrilla, en su desafío al amor imposible por Doña Inés y a la muerte. Don Juan fallece entre tinieblas en una obra que, sobre todo, nos dice que la muerte es frío. La muerte es una soledad helada. El Tenorio no murió de amor. Larra, sí, y Zorrilla aprovechó aquel entierro para dar a conocer sus inigualables versos subido a una tumba. Don Juan muere porque se atrevió a desafiar a la muerte. Y la muerte siempre gana. Es a lo único que nunca podrá vencer el hombre.
     Francisco Umbral, en ‘Los helechos arborescentes’, hace que Francesillo, el adolescente pícaro y literario protagonista de esa novela, se acerque a Franco, que preside un desfile, y en ese momento Francesillo exclama: “Pero este hombre está muerto”. Porque Franco estuvo muerto desde mucho antes de morir, es decir, desde mucho antes del 20 de noviembre de 1975 porque al balcón del Palacio de Oriente se asomaba su cadáver todavía con un último y patético aliento de vida, o bien un doble, como nos contó aquella excelente película, ‘Espérame en el cielo’. Pero más que nada Franco estaba muerto porque su política de brazo impoluto de Santa Teresa y garrote vil habían desaparecido mucho antes que él de aquella España que recuperaba el brillo poético con el susurro en voz baja de “la libertad sin ira” de Jarcha. A Franco le duró más la vida que la biografía y ese fue su mayor castigo.
     Por todo ello, esta iniciativa del PSOE parece un homenaje al Tenorio. En las proximidades de la noche de los difuntos, los socialistas se acordaron de Franco. Pero lo más prudente consiste en dejar tranquilo al General bajo la losa del Valle de los Caídos donde fue enterrado entre lágrimas de nostálgicos y brazos en alto. Porque la poesía y el teatro del Romanticismo nos advierten en clave lírica de los peligros de retar a los muertos.

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