No debe resultar extraño que las primeras estimaciones sobre la participación ciudadana en las próximas elecciones europeas pronostiquen bajísimos porcentajes. La percepción general es que, en realidad, la trascendencia del resultado, en lo que concierne concretamente a la representatividad y, sobre todo, a la eficacia de la gestión, es muy relativa. Por otro lado ya quedó patente el interés y el grado de nuestro sentimiento europeo con ocasión del referéndum para la aprobación de la Constitución Europea. El ridículo porcentaje de participación y su resultado, aunque finalmente favorable, constituyó la victoria más pírrica de cuantas consultas populares se hayan efectuado en nuestro país. Para mayor abundancia, esta consulta, en otros países, fue rechazada obligando a su aplazamiento en otros estados miembros ante la inminencia de que tan estrepitoso fracaso se generalizara y pudiera afectar a los propios cimientos de la Unión Europea. La falta de estímulos de los ciudadanos europeos para considerarnos integrados en un único proyecto socio-económico-cultural, priva de interés estas consultas corriendo el riesgo de que, incluso, voces discrepantes duden de la idoneidad de mantener la moneda única y las políticas económicas conjuntas. Sin embargo no debe sorprendernos que la falta de interés directo convierta esta consulta en un plebiscito de análisis a la gestión del gobierno en cuestión en los temas de política interna con especial atención al área económica en virtud de la coyuntura actual.
Efectivamente, en nuestro país parece plantearse en este sentido, tanto es así, que, estratégicamente, se ha hecho coincidir el debate sobre el estado de la nación, que según el CIS ha decepcionado al 44,6 de los españoles, casi con el inicio de la campaña de las elecciones europeas, en un intento del propio gobierno de contrarrestar la pérdida de popularidad y apoyo ciudadano que muestran los sondeos. Es más, el propio Presidente, dada su soledad parlamentaria, como asimismo el jefe del principal partido de la oposición, cuyo liderazgo parece requerir últimamente un respaldo continuado, pues las encuestas no acaban de mostrarle su cariz más favorable, parecen querer conferirles al resultado de estas elecciones una importancia de la que carecen genuinamente como hemos comentado. De tal manera que un retroceso palpable para el partido del gobierno supondría poner en cuestión las directrices por las que discurre su gestión, corriendo el riesgo de que esa desaprobación pudiera aprovecharse políticamente como caldo de cultivo para plantear otras alternativas por parte de la oposición. De igual modo, un resultado negativo o muy ajustado para el PP alentaría las críticas contra el liderazgo del señor Rajoy, incrementando las dudas sobre su capacidad para comandar una opción alternativa de gobierno en un futuro que puede resultar bastante inmediato.
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