En román paladino

El hombre de las mil caras

“¿A quién coño la importa la verdad? ¡A nadie!” (Francisco Paesa)

A quién coño la importa la verdad? ¡A nadie! Lo que quieren es algo que aparezca, aunque tenga una justificación entupida.”  Esta frase refleja al personaje como otra no menos explícita como cuando le preguntan: “¿Y quién ha sido el gran amor de su vida?” La respuesta es un compendio de psicología: “Yo”. Se trata de Francisco Paesa, el espía, banquero, diplomático,  conocido también como Francisco Sánchez o Francisco Pando. . Es un personaje, un gran simulador, marrullero, y absolutamente sin moral alguna, bueno, sí, la suya. Admirable por su capacidad de camuflaje, detestable por su infinita capacidad de engañar a todos.

El periodista Manuel Cerdán escribió un libro sobre él en 2005 que ha servido de base para el guión de la película y dice de él: “No tenía licencia para matar, pero vivió con la opulencia del 007: bebiendo champán Dom Perignon y siempre acompañado de hermosas mujeres. Siempre con una causa judicial pendiente, siempre con la policía pisándole los talones, Paesa ha vivido al filo de la legalidad una existencia trepidante: estafador del presidente guineano en 1968, traficante de armas internacionales, vendedor de mísiles a ETA, que culmina en la célebre operación Sokoa, mediador en el caso GAL intercediendo a una testigo protegida por Garzón, agente secreto del ministerio del interior en los años más oscuros del felipismo…”

Una  coincidencia formidable ha hecho que el  día antes de  que se estrenara  en el festival de cine de San Sebastián una película sobre su vida, dirigida por el exitoso sevillano autor de La Isla Mínima, -Alberto Rodríguez-  la revista Vanity Fair publicaba una entrevista de David López con el espía implicado en affaires del GAL, de ETA, de Roldán, y ahora multimillonario por todas las tramas en las que ha estado inmerso. El cineasta lo creía muerto. Era una  repetición de  su jugada maestra; publicó una esquela anunciando su muerte y ordenando misas gregorianas en el monasterio cisterciense de la estrecha observancia trapense de San Pedro de Cardeña, en Burgos. Así estuvo muerto esperando que prescribieran sus posibles delitos y  ocultando sus fondos en paraísos fiscales del Caribe.

Mateo Alemán ya lo dejo escrito: “Quien quiere mentir engaña y el que quiere engañar miente”. Aquí un maestro.

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