No sería mucho pedir a las distintas fuerzas políticas que ahora, tras los resultados del pasado 28A, se produzca una cierta distensión que contribuya a eliminar el clima tóxico en el que se ha desenvuelto no sólo la contienda electoral sino, también, toda la legislatura anterior. Se requiere una oxigenación inmediata dado que la crispación y el enfrentamiento han llegado a un extremo tal que hacía irrespirable el ambiente político en nuestro país. A lo largo de este intenso período se ha vivido, prácticamente, al borde del precipicio, dándose la impresión de que peligraba nuestra misma existencia como nación así como su estabilidad económica y demás zarandajas que se echan a correr cuando están cerca las urnas.
Pues nada se ha roto. Como ha quedado comprobado, los ciudadanos han votado lo que han querido y han puesto a cada uno en su sitio. A unos, con la responsabilidad de gobernar y a otros, los han mandado a la dura y fría oposición. Todos deben asumir, desde el primer momento, la responsabilidad que les corresponda pero lo que, desde luego, no se perdonaría es que se regrese a la inestabilidad y al bloqueo institucional. Un frentismo que resulta letal y por el que hemos pagado un alto precio en forma de paralización de inversiones y del funcionamiento normal de las administraciones públicas.
Así que no hay tiempo que perder. Aunque a la vuelta de la esquina nos espera otra cita electoral trascendental como es la de las elecciones municipales, es necesario que se imponga cuanto antes la sensatez perdida poniéndose en marcha todas las medidas adecuadas para recuperar derechos sociales y aplicar las reformas que se determinen. Está bien que las diferentes formaciones se dispongan a digerir los resultados obtenidos, y hasta, si son osados, a dar rienda suelta a cortar las cabezas que convengan. Todo es posible pero si un mensaje ha quedado claro el pasado domingo es que los electores quieren soluciones concretas a sus problemas más acuciantes como el paro, el funcionamiento de los distintos servicios públicos o el propio desarrollo económico pendiente. Que nos dejen respirar.Aunque, en efecto, quién sabe si no es mucho pedir.