El cine como refugio, revisión y reinvención

  • Brad Pitt pasa casi desapercibido a causa del enorme talento de Christoph Waltz
MALDITOS BASTARDOS (Inglourious Basterds
Calificación: ** 
dirección: Quentin Tarantino.
intérpretes: Brad Pitt, Diane Kruger, Christoph Waltz, Daniel Brühl, Mélanie Laurent, Eli Roth, Til Schweiger, Julie Dreyfus.
EEUU. 2009. 150 minutos.

Quentin Tarantino es de los pocos directores en activo capaces de convertir sus películas en un acontecimiento tanto para la crítica como para el espectador medio. Sabe cómo manipular emocionalmente a los primeros y cómo complacer a los segundos, y viceversa. Lo logra porque es un gran cinéfilo y un excelente narrador. Lo de cinéfilo, además, en un amplio sentido de la palabra, ya que ha logrado abarcarlo todo, desde la serie B americana clásica hasta el cine de artes marciales, y ha profesado públicamente su amor tanto por el cine de John Ford como por las películas de Sonny Chiba.

En Malditos bastardos pone el acento en el director italiano Enzo G. Castellari, uno de los míticos continuadores de la labor de Sergio Leone en el terreno del spaguetti western y autor de la cinta bélica Aquel maldito tren blindado, que fue distribuida en el mercado anglosajón como Malditos bastardos, aunque el homenaje de Tarantino no pasa por el remake y se queda en el título.
La referencia a Castellari va más allá, ya que aparece citado al final de los títulos de crédito por su aparición en una secuencia, aunque no es la única. A su nombre añade el de otro ilustre italiano descubierto en la década de los sesenta, el compositor Ennio Morricone, del que rescata varias composiciones, entre ellas la Rabbia e tarantella (incluida en el filme Allonsanfan de los hermanos Taviani) que acompaña de forma brillante los créditos finales de la película.
La memoria cinematográfica, nuevamente, se convierte en refugio para el autor de Pulp fiction a la hora de buscar una inspiración desde la que revisionar su propio sentido del cine y, en este caso, reinventar, tanto la técnica de la cinematografía popular italiana de los sesenta y setenta, como la propia historia que afronta: la aniquilación de la alta jerarquía nazi en el interior de un cine -por supuesto- en el que se respeta a los directores.
Todo ello, sin renunciar a un estilo propio que, por desgracia, redunda en el vacío de Death proof, en diálogos interminables que no llevan a ningún sitio -excepto el de la magistral secuencia prólogo- y en un concepto episódico de la narración que en este caso desvirtúa las posibilidades de la historia y de su grupo de mercenarios, en un incomprensible segundo plano. Eso sí, Tarantino juega a su favor con la baza de un inconmensurable Christoph Waltz y una muy interesante Melanie Laurent.

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