El jardín de Bomarzo

Como tocar el cielo

Veranear en Andalucía es un sueño, hacerlo en la provincia de Cádiz -sin desmerecer a ningún otro lugar- es como subirse a la atracción principal de un parque

Publicado: 30/07/2021 ·
13:32
· Actualizado: 30/07/2021 · 13:32
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Bomarzo

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El jardín de Bomarzo

Todos están invitados a visitar el jardín de Bomarzo. Ningún lugar mejor para saber lo que se cuece en la política andaluza

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“Prestarte a una entrevista es como prestarte a que ten por culo: te abres de patas y que sea lo que Dios quiera. Si el periodista es listo, en la entrevista sales listo; si es tonto, sales tonto. Y, como la mayoría de los periodistas son tontos… Créeme: no hay nada peor que un periodista. Salvo un político, claro”. Javier Cercas en Independencia.
 
Decía mi primo Manué que el veraneo era lo mejor de la vida, una que para él fue corta porque unos males se lo llevaron y yo por eso todos los años por estas fechas le recuerdo con cariño en algún momento de agosto de esos en los que el hielo mezcla bien con algo rico. Veranear en Andalucía es un sueño, hacerlo en la provincia de Cádiz -sin desmerecer a ningún otro lugar- es como subirse a la atracción principal de un gran parque de ocio porque Cádiz, para qué tirar de falsa modestia, te lo da todo, hasta ese punto salvaje y por descubrir que tanto emociona al aventurero en vacaciones, ese que combina Coronel Tapioca y sandalias. El agosto gaditano es Sanlúcar cálida en una copa de manzanilla dejando que un rayo de sol la perfore, un viernes flamenco en Jerez o unas bulerías en su fiesta anual, un atardecer caletero, un paseo por la Costilla hasta Punta Candor por entre los corrales, un almuerzo en El Tesoro donde mi amigo Cano me llevó con Marruecos al fondo, un callejeo por Tarifa; es atún en tartar, vino dorado y quejío en un cante y atardeceres enormes con esa luz eterna de verano, son los mercados a rebosar de productos con esencia y de origen. Son paseos en chanclas, conversaciones en la orilla para que la brisa las menee de aquí para allá, trajes de mercadillo de telas ligeras para dirigir el fresquito por entre cuerpos curvados, ay Dios, y pieles morenas de gente guapa. El verano es lo mejor, ya lo decía mi primo. Y agosto está repleto de momentos dulces, de olores, de sabores.
 
De chico el último día de clase antes de las vacaciones era el preámbulo a la felicidad absoluta porque septiembre quedaba tan lejos que era como casi no tener que volver a aquello, quizás cuando niño el tiempo pasa más despacio y unos meses valen lo que casi toda una vida. De mayor no, caen los años y caen los veranos unos tras otros de manera abrupta y de pronto prefieres perder la cuenta y te agarras a la esencia corpórea acumulada tras tantos años de tintos de… como si eso valiese de algo. Que no vale. Tener veinte años en verano es, para qué negarlo, lo mejor, con esas ansias de vivir y disfrutar y esas mismas, en definitiva, de trotar a destajo como si no hubiese un mañana. 
 
En agosto, además, el mundo se detiene, es quizás de las pocas cosas en las que todos estamos de acuerdo, incluso periodistas y políticos de todos los rangos, de izquierda o derecha, buenos y malos. Es como darse una tregua, cae hasta mal propiciar asuntos de calado durante este mes como si se rompiese un acuerdo no escrito mediante el cual este mes hay que tomárselo a la ligera y respetar el que nos igualamos en bañador, con los dedos de los pies al aire, habilidosos ante el desmenuce de un espeto. En modo pausa, posponiendo los asuntos bélicos para un septiembre donde todo empezará de nuevo.
 
Todo el que puede, aunque sea durante unos pocos días, pasa a vivir cerca de la playa o en el campo, en un hábitat más pequeño sin echar de menos la colección de comodidades que atesoramos en nuestros hogares y nos damos cuenta que para ser felices nos sobra la inmensidad de material acumulado. Nos basta dedicarnos un poco a nosotros mismos, a nuestra familia, a amigos y a disfrutar del espacio natural que nos rodea; desconectados de confrontaciones políticas, nos alejamos también un poco del machaque de esas redes sociales que se han adueñado de parte de nuestro tiempo. Pensamos estos días que el modo de vida de las vacaciones de verano deberíamos instalarlo de manera habitual, compatibilizándolo con el trabajo, claro está, pero poniendo los límites suficientes  que nos permitan saborear la vida como lo hacemos en verano, sin necesidad de tanta conexión tecnológica a un mundo digital innecesario. Agosto también nos hace pensar, valorar. Cogemos un libro de papel, no electrónico y, como decía Umberto Eco, vemos que “no se puede hacer nada mejor” porque pertenece a la categoría esencial de la cuchara, el martillo, la rueda o la tijera. “Leer es siempre un traslado, un viaje, un irse para encontrarse. Leer, aún siendo un acto comúnmente sedentario, nos vuelve a nuestra condición de nómadas” -Antonio Basanta. El infinito en un junco-.  
 
En agosto del 2020 las tomamos con la euforia de salir del largo confinamiento,  queriendo creer que el virus se estaba yendo, no imaginamos que se iba a dedicar a mutar para su supervivencia. Este año esperábamos ansiosos la vacuna, convencidos que inmunizados podríamos recuperar la antigua normalidad  veraniega. Pero estornudas también en agosto y no le das importancia porque el aire acondicionado, el frío y el calor provocan cambios de temperatura constantes y es normal enfriarte, toses. Y la garganta, seca, te hace recordar la voz de aquellos amaneceres tras noches turbias donde uno bebía con la virulencia que se hace todo de chaval. Pero lo real es que en lo que va de verano, un mes, España ha sumado 600.000 nuevos contagios, una cifra brutal y que coincide con la expansión de la variante delta y que ha dejado en bragas a su antecesora, alpha, ocupando el 68 por ciento de espacio porque tiene mil veces más carga viral. Lo lees y toses, pero piensas que no es nada porque doblemente vacunado vía pfizer es improbable… y te haces test doméstico porque delta cabalga desbocada en agosto. Y esperas impaciente el resultado: dos rayitas, una C y una T, negativo o positivo. Esperas, toses, momentos en agosto.
 
Ha sido un año difícil y, de algún modo, aquí termina, relatado mejor o peor en este jardín que, como cada año, cierra su verja en agosto en la idea de haber terminado para comenzar de nuevo. Cádiz y sus dulces momentos y rincones en agosto, sus delicias, el crujido de las hojas de un  libro al pasar, mi primo, esos amigos que siempre están cerca cuando estornudas a destiempo, el mar infinito. Vivir aquí es como tocar el cielo con los dedos. Feliz verano a todos.

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