“El cante se trae o no se trae, no hay nada que hacer”

Publicado: 23/05/2014
Antonio Durán Jurado ‘Cambayá’ es cantaor flamenco
Quedamos a las once y media y con una puntualidad que no se estila en Andalucía, nos damos la mano en el Paseo, y de allí nos vamos al hotel "Peña de Arcos", a charlar un rato y preparar la entrevista. Casualmente se nos une Josefa , mi mujer, que viene de casa de su madre y acepta el té que le ofrecemos. Antonio Durán, Antonio "Cambayá", pide un tinto, porque tiene la tensión baja, y yo pido un descafeinado, porque la tengo alta.


Antonio "Cambayá" tiene toda la gracia de la gente de su familia; es ocurrente, risueño, chispeante. Nos cuenta, a Josefa y a mí, que el hombre que peor cantaba en el Alambique era su tío Leopoldo, hermano de su padre. Dice que, además, parece que estaba colocado en "El Ocaso", porque encima de cantar mal, se arrancaba siempre con los fandangos más lacrimógenos, aquellos que evocaban a la madre muerta, a una visita al cementerio y otras desgracias parecidas. Antonio anda ahora cerca de los setenta años, pero hace tiempo vivió y trabajó en Valls (Tarragona). Un día enfermó y después de los preceptivos análisis, el médico de aquella ciudad catalana le dijo que era diabético, a lo que él respondió: "Eso no puede ser, yo soy del Real Madrid". Ahora se pone nostálgico y nos cuenta que cuando estaba en Valls, todas las Semanas Santas su madre le mandaba bollos de Arcos, y que cuando llegaba la madrugada del Viernes Santo, con el corazón anegado de nostalgia, despertaba a sus hijos y les decía: "Levantarse, que ya Jesús está en la Corredera". Cuando sus hijos se levantaban, les daba una copita de anís y un bollo, para seguir siendo de Arcos en la distancia.


Mi mujer se ríe  cuando Antonio nos cuenta alguna reunión en el Alambique, allá por los años sesenta, en la que participaban la Marquesa de Tamarón, el Conde de Lebrija, los hermanos Murciano y otras personalidades, incluido el Gobernador Civil. Mientras su padre, el gran Miguel "Cambayá", apretaba los corazones cantando por seguiriyas, él y sus hermanos se dedicaban a esconder las gambas, la caña de lomo y otros productos exóticos que habían traído los ilustres visitantes, para llevárselos a su casa cuando acabara la fiesta. Cosas de niños. Cosas de niños con hambre, claro.


Como el cachondeo no cesa, tengo que ponerme serio y decirle que vamos a lo que vamos, a la entrevista:


—Háblanos de los viejos cantaores que se reunían en El Alambique, ese templo del flamenco que nunca nos arrepentiremos bastante de haber derribado.
—En el Alambique he escuchado cantar al Abajao, a Zapata, a Juan Ortega "El Mona", a "Latiguera", a Antonio Soto… Y por supuesto a mi padre. Tendría yo unos diez años por entonces, y mi padre me mandaba a meter en una pila de agua las botellas de vino, para que estuvieran fresquitas. Un día mi padre estaba cantando mientras trabajaba, y en un momento dado se quedó callado y yo seguí con aquel cante. Mi padre me miró extrañado, me escuchó y se dio cuenta de que yo podía ser su heredero en el cante. Me llevó al bar de "La Viuda" para que me escucharan.


—Y de ahí en adelante ¿qué?
—Bueno, con unos doce años canté en el circo "Arizona", un circo que ponían en la Plazoleta de las Aguas. También participé en un concurso donde cantábamos "Los Ruiseñores de Arcos". Gané el segundo premio y me dieron treinta y cinco pesetas. El primer premio era cincuenta. Estoy hablando de mil novecientos cincuenta y ocho o cincuenta y nueve.


—¿Tu padre te dio consejos?
—Claro que sí. Aparte de que me enseñó a cantar por seguiriyas y soleares me aconsejaba que me lo tomara en serio. Pero ahí estuvo la cosa: no le hice caso, no me tomé en serio el cante, aunque el cante me parece una cosa muy seria. De todas formas, he actuado en muchos festivales benéficos, y tengo el orgullo de haber grabado un disco en la Salle, para la RCA, en el que mi padre y yo cantamos soleares y seguiriyas de Antonio Murciano y de Julio Mariscal. No sé por qué, pero ese disco no se ha comercializado.


—Josefa le pregunta si el cante se aprende y rotundamente dice que no:
—El cante se trae o no se trae, no hay nada que hacer. Hombre, se puede perfeccionar, se puede educar la voz, pero eso es muy hondo, viene de muy adentro y no hay manera de aprenderlo. De donde no hay no se puede sacar.


—¿Qué significó para ti, después de varios años sin cantar en público, participar en el homenaje a tu hermano Miguel en septiembre del año pasado?
—Me vi regular, muy nervioso porque no había ensayado. De todas formas la soleá me salió bien. Ahora, te digo una cosa: cuando llegó la hora de la seguiriya me asusté y estuve a punto de decirle a mi sobrino Miguel, que estaba a la guitarra, que me bajaba del escenario. Por suerte me repuse, canté y no me vi mal. Participé en el homenaje a mi hermano y estoy dispuesto a participar en cualquier festival benéfico al que se me llame. Ahora sí: me prepararé mejor.


—Háblanos de la diferencia entre el cante antiguo y el actual.
—Hoy el cante está más modernizado. Antes era más puro. Había más pureza también en la guitarra, porque los guitarristas se esmeraban más.


—¿Miguel "Cambayá" era un cantaor grande?
—Miguel "Cambayá" , y lo digo como cantaor, no como hijo, está para mí dentro de los diez o doce grandes cantaores de todos los tiempos. Cantando por soleá y seguiriya, que son los dos grandes palos del flamenco, tenía un estilo y una pureza que he visto muy pocas veces.


—Qué me dice del Verdugo, del Matachochos, del Tumbaollas, del Cambayá, etcétera? (Aquí de nuevo las risas)

—Te refieres al libro de los motes. Vamos a ver: me gusta dibujar, y un día se me ocurrió hacer un dibujo alusivo a cada mote. Empecé por los motes de la calle Alta, pasé luego a los de la calle Gomeles, la calle del Molino, y después a todos los motes de Arcos. Tengo más de novecientos, cada uno con su dibujo y ordenados, por ejemplo, los de animales por un lado, los de alimentos por otro. Tengo el poquito pan, el tarugo, en fin, un montón. De animales tengo la burra, el borrico, el águila -que era mi tío-, y muchos más. En el mote de mi familia, los "Cambayá", tengo pintado a un borracho dando camballadas, porque seguramente así es como nació el mote. Este libro de motes lo conocen muchas personas. Incluso Juan Manuel Armario, que fue Alcalde de Arcos, lo vio un día y me dijo que el Ayuntamiento lo iba a publicar, pero luego llegaron las elecciones y ya no se hizo. A mí me gustaría mucho ese libro, y creo que a mucha gente de Arcos, la mayoría de ellos orgullosos de sus apodos tanto como de sus apellidos.
—¿Y sigues dibujando?
—Tengo dibujados todos los escudos de los equipos de fútbol desde mil novecientos veintiocho hasta hace poco, y además tengo otro libro con más de mil setecientos hierros de ganaderías, con su divisa en color, de España, Méjico, Portugal, Colombia, Francia y Venezuela.


—En un breve paréntesis durante la entrevista, Antonio se ha acercado a su casa a recoger el original de los motes. Me lo deja porque me ofrezco a presentarlo en la Delegación de Cultura, a ver si hay posibilidad de publicarlo en este año de conmemoraciones. No te prometo nada porque no puedo, Antonio, pero voy a enseñarlo para que vean este tesoro.
—-Pues gracias.


—Y nos despedimos dándonos otra vez la mano.

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