El desafío de cambiar las cosas

Publicado: 18/07/2019
Con el tiempo valoramos que no hemos de tenerle miedo a los desafíos, que el esfuerzo merece la pena y suele dar buenos resultados
La tendencia  a la comodidad, a lo conocido, a lo que exige menos esfuerzo, a lo que creeos seguro, a la rutina, domina nuestro día  a día. Y solemos ver fantasmas donde no los hay, cuando se nos presenta un buen momento para cambiar las cosas.

Con el tiempo valoramos que no hemos de tenerle miedo a los desafíos, que el esfuerzo merece la pena y suele dar buenos resultados, que hemos de explorar nuevos caminos, sabiendo encarar los problemas con optimismo y ánimo.

Hemos de tener mayor confianza en nosotros mismos para llevar a cabo nuestros proyectos, sabiendo encontrar nuestro ritmo, ni carreras que no conducen a ninguna meta ni la lentitud del que no sabe qué quiere ni hacia dónde ir.

También nuestra flexibilidad y tolerancia  nos hace sacar mayor partido de nuestras posibilidades. Si somos capaces de dar los pasos necesarios, nos daremos cuenta que todo puede ser más fácil de lo que creíamos.

Nuestra perseverancia y entusiasmo para no resignarnos a la suerte que parece que nos acompaña, y empeñarnos en cambiar las cosas suele dar sus frutos. Vamos tejiendo nuevos lazos que no creíamos posibles y superamos inquietudes y preocupaciones que resultaban infundadas.

En este mundo consumista, se fabrican los aparatos, los electrodomésticos, coches y todo tipo de artilugios para que no duren y pasado un tiempo tengan que ser cambiados. Cuando intentamos evitar esta operación de cambio, y si tras muchos esfuerzos logramos conectar con un técnico, éste nos recomendará,”lo mejor es que compre usted otro”.

Pero además vamos cada vez de forma vertiginosa y de la mano de las nuevas tecnologías hacia un mundo robotizado, en el que no sabemos muy bien si mandan  las maquinas o decidimos nosotros. Si a eso añadimos que el poder económico determina las decisiones políticas, nos desesperamos y nos preguntamos ¿Qué y cómo podemos cambiar?

Las tensiones son las madres de las acciones y de las revoluciones. Si no somos capaces de reaccionar frente a lo que nos ocurre, difícilmente cambiaremos nada. Ni desde la sensatez ni desde el disparate, ni desde el continuismo ni desde la iniciativa.

Si seguimos al pie de la letra el guión que nos marcan, no seremos capaces de descubrir, transformar y  la realidad que nos ha tocado vivir. Ni podemos ni debemos instalarnos en el que “las cosas son como son”  o en “el vuelva usted mañana “de Larra.

Podemos dudar y tener interrogantes, lo que no es deseable que no nos hagamos preguntas ni nos planteemos como resolverlas, y nos instalemos en la inercia de que inevitablemente todo debe seguir igual y que cualquier cambio es un atentado a nuestra seguridad.

Nos lo podemos poner difícil y entender que las cosas tienen para rato, y por tanto no seremos capaces de solucionar los problemas que nos plantean. Resulta peligroso emplear un lenguaje grueso cuando hemos de actuar con la fineza de un microcirujano para intervenir con destreza y habilidad dónde está el mal.

Aunque estemos alerta para conectar y desconectar, hemos de distinguir los trazos gruesos de los matices. En caso contrario, seremos víctimas del mal de los torpes, que por mucho que se les explique dónde está el error, lo repiten una y otra vez hasta la saciedad.
 

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