Cualquier tiempo pasado

Publicado: 15/07/2024
Autor

José Manuel Infante Gómez

Columnista mitad barbateño mitad madrileño. Redactor en web deportiva trescuatrotres.com

Días de barrunto

En palabras de su autor: "Intento decir lo que pienso pensando siempre lo que digo"

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Desde mi atalaya, los podía ver a todos. Al Bano y Romina Power, los Morancos, Pablo Abraira, Felipe Campuzano...
El silencio es triste. Incluso creo que influye en el clima, haciendo que una tarde sea más calurosa o fría, según el volumen de ruido que llegue a nuestros oídos. Por ejemplo, en un día como hoy (12 de julio), se habrían escuchado cientos de golpes frente a mi balcón. Vivo enfrente del parque; el infantil, se entiende, porque los graznidos de los patos duraron solo unos pocos meses como para conocerlo por la presencia de esas aves.

Por eso digo que un día como hoy, hace varios años (cuando había ruido), es muy posible que se hubiese estado preparando la ceremonia de coronación de las bellezas que reinarían en las fiestas del Carmen. Luego, cuando la tarde se preparaba para dar el relevo a la noche, se hubiesen escuchado los pitos de los coches que portaban a la reina y sus damas. Y yo, en mi palco V.I.P., sería un espectador privilegiado de todo el jaleo que se produjera en el parque durante esos cinco o seis días. Porque todos los días había jaleo, y ruido, mucho ruido.

Por la mañana, con los preparativos de la barra para la fiesta nocturna. Casi a la hora de comer, casi siempre, llegaban los cantantes que actuaban esa noche. Y las pruebas de sonido, como debe ser, se harían a la hora de la siesta, y así toda la tarde.

Desde mi atalaya, los podía ver a todos. Al Bano y Romina Power, los Morancos, Pablo Abraira, Felipe Campuzano… Entre tantas actuaciones, me quedo con dos anécdotas (de mucho ruido, por supuesto). Una de ellas, causada por la tremenda expectación que despertaron Los Pecos, recibidos y despedidos por infinidad de gritos procedentes de las gargantas de sus adolescentes admiradoras. La otra tuvo como protagonista a la incomparable Rocío Jurado, cuyo inmenso torrente de voz provocó que se tuviese que arreglar uno de los altavoces a causa del castigo que estaba recibiendo de la portentosa garganta de la chipionera. Pero el ruido no acababa con el final de la actuación, de eso nada. Luego volvían los golpes al plegar y retirar las sillas de madera para limpiar el recinto. Y así, como quién no quiere la cosa, amanecía un nuevo día

Pienso que, al final, los vecinos de la zona acabamos acostumbrándonos al ruido. Era eso o no dormir en una semana, no había otra. Además, cuando aparecía el levante (que no faltaba ningún año), se escuchaba la música de los cacharritos y la retahíla de cantinelas de los feriantes, con sus chochonas y sus perritos pilotos. En fin, que la noche era completita.

Cuando terminaba la feria, solo quedaba el canto de los pájaros, por la mañana, o el de los grillos, por la noche.

Ahora, sin embargo, no se oye nada. Los grillos parece que se han extinguido y a los pájaros, los pobres, les han cambiado el mar de árboles que tenía el parque por un miserable charquito. No sé si algún día lograré entender esa aberrante decisión.

Y aquí estamos, un 12 de julio, sin música, sin pájaros, sin árboles y casi sin feria. Imagino que será todo a causa del progreso. Si es así, me cago (con perdón) en ese progreso.

Porque todo lo que ha dejado es silencio y calor, mucho calor. 

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