Gertrude Stein: 'Guerras que he visto' (Discurso sobre la guerra)

Publicado: 01/09/2013
En tiempos de guerra, como los presentes, conviene tener algunas ideas claras sobre la naturaleza de los conflictos armados para poder entender mínimamente los acontecimientos.
En tiempos de guerra, como los presentes, conviene tener algunas ideas claras sobre la naturaleza de los conflictos armados para poder entender mínimamente los acontecimientos.

La inefable escritora judeonorteamericana Gertrude Stein (1874-1946) publicó, en 1945, un libro titulado Guerras que he visto (Wars I have seen) que resulta especialmente aconsejable para este tema tan ingrato. Stein escribió esta obra en la localidad francesa de Culoz durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial. Madame Stein vivía afincada en Francia desde 1903; más tarde, en 1907, se le unió Alice B. Toklas, la que fuera su amante, dama de compañía y  bonne à tout faire.

Una versión española de Guerras que he visto —traducida por Alejandro Palomas—  apareció en Alba Ediciones, Barcelona, 2000. 

Guerras que he visto es un texto basado en experiencias personales que proporciona ciertas claves interpretativas muy  válidas para comprender la esencia de los enfrentamientos bélicos.

Gertrude Stein fue testigo de tres guerras: la Guerra Hispano-norteamericana (1898), la Primera Guerra Mundial y la Segunda: éstas dos últimas siendo ya residente en Europa.

“¿Qué hay dentro de cada uno de nosotros que hace que lo sepamos todo de la guerra?”, empieza preguntándose miss Stein, aludiendo a una predisposición interior relativa al conocimiento de dicho  fenómeno; como si se tratara de una intuición directa respecto a una distinción fundamental: “Claro que en muchas ocasiones no hay guerra del mismo modo que en muchas ocasiones sí hay guerra”. Percátense de la sutilísima dualidad  establecida, digna de Duns Scoto. 

En su momento, la autora hace una reflexión sobre el cálculo cronológico interno elaborado por el sujeto, o la durée de Bergson: “Sin duda cuando hay guerra los años son más largos es decir los días son más largos pero las semanas son más cortas eso es lo que define una guerra”. Ergo: la enigmática contracción psíquica de las semanas. 

Sobre la diversidad de las guerras dice: “Lo curioso de las guerras es que tendrían que ser diferentes pero no lo son”. Todas las guerras son la misma guerra en virtud de un principio común y absoluto de causalidad que, en este caso, coincide con  el hecho infinitamente constatado de que el origen de todas las guerras es sustancialmente económico, lo que se da por supuesto: que es lo que había probado Engels en su Anti-Dühring de 1878, y que para Gertrude Stein era una cuestión tan real como irreal. 

A propósito del modelo de guerra propio de la modernidad,  afirma: “En una guerra moderna no hay muchedumbres porque todo el mundo está implicado, tanto es así que no hay individuos”. Solamente habría —lato sensu— un inconsciente colectivo de un colectivo ilusorio.    

Las peculiarmente agudas puntualizaciones de Gertrude Stein son en grado sumo idóneas para evitar la confusión, incluso en el mismo campo de batalla. Pero evitan también la clásica discriminación por motivos presuntamente éticos; y, a la hora de emitir un juicio ecuánime, evitan de igual forma un número elevado de sospechosos escrúpulos de conciencia. 

Para Gertrude Stein, la vida y la guerra son la misma cosa, inferencia a la que accede tras una extensa argumentación de la que selecciono la siguiente premisa: “Fue de los doce a los diecisiete años cuando pasé los largos y temibles días de la adolescencia, en los que predominaba el miedo a la muerte, no tanto a la muerte como a la disolución, y, naturalmente la guerra es así. Lo es y no lo es. Puede decirse que en tiempo de guerra hay muerte muerte y muerte pero ¿hay también disolución? Me gustaría saberlo. Puede que esa sea una de las razones entre otras muchas de que siga habiendo guerras y de que los adolescentes en particular las necesiten”.

Un factor básico de la guerra es el enemigo, y es importante en este aspecto intentar al menos una clasificación, como hace Stein: “Entonces es cierto que hay muchos tipos de enemigos, algunos que asustan otros que roban y otros que como los villanos te obligan a arrodillarte”. Pero no sólo le preocupa el catálogo, sino que se detiene en el problema de la creencia en el enemigo, de la determinación objetiva de los enemigos tanto en la vida como en los libros (“los libros están llenos de enemigos”) y, obviamente, en la guerra, donde pueden encontrarse o no, aparte de la nítida u oscura realidad del enemigo.

En un magistral derroche de penetración analítica, madame Stein descubre, para asombro del siglo, que las guerras pueden ser agradables: “Una guerra agradable es una guerra en la que todo aquel que es heroico es un héroe, y más o menos todos son héroes en una guerra agradable”.              

 

 

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