El sexo de los libros

Fantomas mejor que Fantomas (Descargar Fantomas)

Los recursos de Fantomas para llevar a cabo sus inverosímiles atentados son inagotables, disponiendo de los últimos adelantos científicos y tecnológicos. Su asombrosa habilidad para el disfraz se eleva hasta lo imposible, y así logra escapar siempre al brazo de la ley, por desesperada que parezca su

Un hombre de poderosa anatomía embutido en una ajustada malla negra que cubre todo su cuerpo, con el rostro oculto bajo una máscara tan ceñida como si fuera una segunda piel: esta era la imagen original de Fantomas  en torno a 1911, cuando sus creadores, Pierre Souvestre (1874-1914) y Marcel Allain (1885-1970), lo dieron a conocer en Francia. El cine de los años 60 del siglo pasado popularizó un aspecto distinto del personaje, aunque en una misma línea: la máscara que envolvía la cabeza era de un color verde marciano y la malla fue sustituida por un terno oscuro, azul o gris, de corte impecable.

Fantomas había pasado pronto a las pantallas conviertiéndose en un icono cinematográfico de la belle époque. Eran los tiempos de Max Linder, Louis Feuillade, Sandra Milowanoff, Lucille Love, Eddie Polo y demás.

Allain y Souvestre trabajaban a buen ritmo: 32 volúmenes de aventuras de Fantomas en 32 meses. Escriben en un estilo sin complicaciones para ofrecer una lectura fácil. Todo muy folletinesco, según la moda, pero con gran dominio de la acción, lo que contribuye al extraordinario éxito del invento. En 1914 muere Pierre Souvestre y Allain continúa la labor creativa en solitario, como una viuda fiel.

Fantomas es el superdelincuente de altos vuelos y energía ilimitada, un malvado  heroico al frente de una organización criminal que alcanza rango de poder fáctico a todo lo largo y ancho de este mundo. Fantomas inspira el pánico y el deslumbramiento con su peculiar espíritu transgresor, tocado a veces de cierto sadismo  infantil, que imprime a sus fechorías una estética vanguardista, llenando de optimismo un escenario repleto de cadáveres.

De hecho, fueron legión los escritores y artistas de las vanguardias del primer tercio del siglo XX que declararon su admiración sin reservas por la subyugante figura de Fantomas, que apareció en no pocas obras de aquel momento: Apollinaire, Max Jacob, André Breton, Louis Aragon, Blaise Cendrars, Jean Cocteau, Robert Desnos, Raymond Queneau, Antonin Artaud y un largo etcétera. También Julio Cortázar, en 1975, publicó, en forma de tebeo, Fantomas contra los vampiros multinacionales.    

Los recursos de Fantomas para llevar a cabo sus inverosímiles atentados son inagotables, disponiendo de los últimos adelantos científicos y tecnológicos. Su asombrosa habilidad para el disfraz se eleva hasta lo imposible, y así logra escapar siempre al brazo de la ley, por desesperada que parezca su situación.

Con férrea disciplina, mantiene a su servicio a una inmensa red de agentes, esbirros y sicarios en constante estado de alerta. La infalibilidad de Fantomas es racionalmente comprensible; en sus operaciones no hay taumaturgias, sino engaño perfecto, una  trama planificada hasta en sus más insignificantes detalles, una firme y deliberada voluntad de ultrajar a la justicia, de burlarse de las instituciones, de destruir no ya un determinado sistema social, sino cualquier modalidad de sistema social. Fantomas, cuyo desprecio hacia el género humano es químicamente puro, no admite, por principio,  ningún modelo de sociedad, entre diversas razones porque ello significaría para él una denigrante concesión al gregarismo y un vergonzoso acatamiento de la demagogia. Es un genio olímpico, y en su código de conducta no hay espacio para las consideraciones éticas ni otras fábulas de moralidad.

 

         

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