Con el frío acomodado en las puntas de las orejas se despereza el segundo cuarto de siglo. Parece mentira, más aún cuando se razona para concluir en que quienes pasamos por el tiempo somos los humanos. Pero no divaguemos, que para desmoralizarse hay más de trescientos días por delante.
Comenzamos otro año acusando el cansancio de la prisa de estas jornadas. Menos mal que la música es el analgésico que nos equilibra desde la Sala Dorada de Viena. La tele nos premia por ser telespectadores pacientes, por esperar un año para participar de esta maravilla que da luz y color a las partituras con mandobles de batuta. Es el concierto más seguido, aunque nada se sepa de la cuota de pantalla ni del share, que viene a ser lo mismo. En cualquier caso, la mañana del día 1 de enero tiene nombre propio y la mayoría de los espectadores dejan su cadena habitual para cambiar a la uno de RTVE. Durante algo más de dos horas la televisión vuelve a sus orígenes, cuando la cadena era única con repetidor en Guadalcanal. Como la memoria está siempre al quite, se cuela en cuanto se abre la rendija dejando pasar la radio enorme del abuelo primero, luego la tele y más tarde el transistor, sin cable y con antena transmitiendo el concierto. Y jugábamos callados, respetando el silencio infantil impuesto por la música mientras borboritaba el puchero.
El concierto de año nuevo sigue siendo el rey de la mañana, la llave que abre y deja paso al futuro de un espacio por vivir irremediablemente largo, aunque, en realidad, no lo sea tanto. Un concierto que porta y guarda el testigo de otro menos popular, menos conocido, pero no menos interesante. Se trata del que ofrece la orquesta y coros de nuestra televisión española en la dos o bien por la mañana o por la tarde del día siguiente, con un repertorio tan variado que encontramos piezas clásicas y tradicionales. Este año el barroco ha cedido el paso a temas tan conocidos como Adeste Fideles, O Tannenbaun y Joy to the world entre otros, cerrando la selección los populares Campana sobre campana y Los peces en el río, dos villancicos fusionados a ritmo de bossa nova. El solo de piano dejó ver la clara influencia del jazz, los trazos del ritmo vivo y dulce a la vez que impide la quietud de los pies o la de los dedos de las manos. Un broche de oro para un concierto magistral, una orquesta al servicio de nuestro tiempo como reza su lema, cuidando la actualización con resultado valiente y original.
Merece la pena volverlo a ver, aunque la Navidad haya pasado. Es una forma de despertar a los recuerdos, como este cuarto de siglo que principia con el agradable y sutil impulso de la música.