Un momento de gloria

Publicado: 09/06/2019
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Es incontrolable, espontáneo, agradable, sin embargo no lo es tanto cuando la difusión está manejada por patrocinadores.
Durante un concurso de talentos -estas líneas se resisten a utilizar el extranjerismo- es fácil sorprender al espectador. El programa está pensado con ese fin, maravillar con un número de magia, unos ejercicios físicos o una voz emocionante. La herida en la fibra sensible no llega a cicatrizar y si lo hace deja una costura que se encoge con suavidad, reavivando la sensación cuando se repite el número. Es incontrolable, espontáneo, agradable, sin embargo no lo es tanto cuando la difusión está manejada por patrocinadores, como casi todo lo que tiene cabida en televisión, producto de un guión casi siempre pactado, según lo que leemos, fruto del destripado -las líneas empujan al extranjerismo- para lograr la máxima audiencia. Es lo que está pasando en uno de estos concursos que se internan en la madrugada, que el espectador soporta porque ha tropezado con su cantante de juventud, el que sigue en la brecha con la dignidad que otorga la vocación, la fidelidad a su propio estilo, sin que el éxito y el dinero le hayan hecho sucumbir a la tentadora zona de confort.

              Hace una semanas las redes sociales recogieron las conversaciones de algunos de quienes accedieron a formar parte de este grupo mayores, cuyas canciones y nombres dejaron de sonar hace años. En cualquier caso, el concurso ha logrado el objetivo, porque el espectador se sorprendió al reconocer tal vez la primera de las voces que pasaron por el plató. Con nostalgia siguió la letra, recordó el mensaje y de aquí pasó a la perplejidad al comprobar la escasa cultura musical de los jueces o entrenadores -patada y expulsión del extranjerismo-, porque si están ocupando un sillón es su obligación saber dónde se sientan, qué terreno pisan, totalmente desconocido a juzgar por el interés que suscitó la identidad de la Señora Azul, título y protagonista del tema que sonó.

El silencio abrió la boca del espectador para concluir en la falta de culpa de su juventud, en el derecho a no conocer a todos los de su gremio, a sus antecesores y a aceptar, en consecuencia, una mancha de betún en lugar de lustre. Otro tema es la instrucción, uno de sus compromisos. No los imaginamos dirigiéndolos, dándoles consejos, practicando técnicas. Más bien será al contrario, con todo respeto. Serán estos jueces quienes siguiendo un impulso canten con ellos y por muy pactado que esté o se imagine, será su momento de gloria, el que se hace acompañar por la grandeza de la madurez y la experiencia. Serena. Humilde.

 

 

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