Fotografía y pintura

Publicado: 03/02/2020
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Klimt fue inspirador, Inge Prader recreó y la fotografía teatralizó. Arte, simplemente belleza y comunicación.
El arte de la fotografía es aquel que capta el instante, detiene el movimiento que el artista mira y ve. Desde lo alto o a ras de tierra, desde aquel daguerrotipo, la fotografía fue ampliando el campo de trabajo, de las miniaturas y las personas al paisaje urbano o rural, llegando a ser compañera para el artista pintor, porque mostró sin tiempo lo que hasta entonces necesitaba una mirada particular. Un recorrido por la Web aporta miles de detalles sobre el momento en que la pintura y la fotografía se encontraron para aliarse. Hay mucha documentación y su fiabilidad la valorará el entendido. El espectador se limita a disfrutar del trabajo con mayor o menor emoción, pero nunca quedará indiferente. Esta unión ha ido evolucionando y si los pintores quisieron ser fotógrafos y los fotógrafos pintores, es en este momento donde podemos encontrar y disfrutar de la unión.

Hace unos meses lo vimos en una exposición titulada Zurbarán, la luz imposible, con autoría del grupo Tercero Efe, una obra compuesta por cuadros del artista que llegó a ser el máximo exponente del barroco, desde la óptica de estos fotógrafos que intentaron -y lograron- transmitir la emoción y la sensación que produce la obra original, es decir, mostrar fotográficamente el concepto de la imagen expuesta, como ellos mismos subrayaron. Parece que recogieron el testigo de Inge Prader, fotógrafo que hace cuatro años homenajeó a Gustav Klimt con algunas de sus obras. Una exposición que rescatan las redes sociales, enlazando, quizás, con la virtual dedicada a su mundo dorado.

Si este artista pintor impresiona por su estilo modernista tan espectacular, ver sus escenas con vida impacta aún más. Observar sus reproducciones con modelos reales es descubrir el lienzo realzado, contemplar cómo se puede estrechar el espacio entre la realidad y la metáfora, las formas y el color, el instante y el movimiento. El friso de Beethoven que se encuentra en un edificio dedicado al músico donde Klimt pintó la composición en una sala lateral, La muerte y la vida con uno de sus besos apasionados a un lado, y Dánae derrochando voluptuosidad hasta la codicia, son las obras que recoge la exposición, un trabajo que refleja la fidelidad del principio, la idea fundamental de aquellos modernistas vieneses: salir de las viejas formas y avanzar en la propia individualidad. Klimt fue inspirador, Inge Prader recreó y la fotografía teatralizó. Arte, simplemente belleza y comunicación.

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