Carnaval

Publicado: 01/03/2020
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Entristece su indiferencia, comprobar que no han disfrutado el momento. Tendrán otros incluso mejores, no hay duda, pero la edad no se repite.
Las fotos con disfraces han saltado por los móviles. Es la posibilidad de mostrar las ocurrencias de las mentes pensantes a quienes prefieren el sofá, la manta, una película o un libro, que todo tiene su momento. Desde que somos conscientes del recuerdo, probablemente nuestras primeras imágenes carnavalescas se remonten a las fiestas típicas gaditanas, a la tarde de domingo en Fernández Ladreda pensando en la semana de exámenes que empezaba al día siguiente. En el desfile se alternaban las carrozas con los disfraces a pie, como ahora, aportando vistosidad a la picaresca y al doble sentido. La vuelta de la fiesta a febrero liberó la creatividad, la crítica y la elección de tipos hasta entonces prohibidos. Recordemos al Patata Clemente y los monaguillos del Palmar de Trille y a aquel Guardia Civil que irrumpió en el escenario del Teatro Falla empuñando una pistola de juguete, mientras gritaba la frase pronunciada en el Congreso la tarde anterior. Los titulares coincidieron: en Cádiz se tiraron al suelo, pero de risa.

Desde aquel año ochenta y uno ha llovido lo suyo y la imaginación ha elegido la noticia para contarla o criticarla, vistiéndola de lentejuelas y tirabuzones de serpentina. Dicen que los adultos se disfrazan para liberar tensiones transgrediendo la cotidianeidad. Para los niños es vivir su propia fantasía, ser un héroe de historieta o protagonista de cuento mientras juegan y se divierten durante la jornada festiva. Si se les manipula este momento, si se les impone un personaje que ellos no conocen, pues se enfadan o bien se muestran indiferentes. Es lo que hemos visto en la foto que esta semana de confetis ha saltado entre los móviles. Quien únicamente tiene en el rostro un halo de satisfacción es el acompañante de los dos niños, junto al que empuja la sillita de gemelos mientras el otro tira de un comentario crítico impreso en el carrito. En la casa se quedó el atropello al vestirlos, el picor y el escozor al colocarles las pelucas, sus voces blancas diciendo esto no me gusta, yo quiero ser Bob Esponja, quejas suavizadas con promesa de pizza y un helado con riesgo de faringitis.

Entristece su indiferencia, comprobar que no han disfrutado el momento. Tendrán otros incluso mejores, no hay duda, pero la edad no se repite. Cuando pase el tiempo, sus mayores, entre risas, les enseñarán las fotos. Al verlas, ellos les preguntarán lo que su poca edad no pudo entonces: ¿de qué vamos disfrazados?

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