La división del trabajo es uno de los principios fundamentales para que las organizaciones sean más eficaces y eficientes ya que, al descomponer el trabajo total en diferentes tareas, éstas se pueden realizar con mayor habilidad, destreza y productividad. Platón en “La República” ya argumentaba que cada individuo debe dedicarse a la tarea para la cual está mejor capacitado. Aristóteles añadía una ventaja a la división del trabajo y la especialización, que las personas se vuelven interdependientes, y eso fomenta la cooperación. En 1776, Adam Smith proponía que “la más grande mejora en las fuerzas productivas del trabajo y la mayor parte de la habilidad, de la destreza y del juicio doquiera es dirigido y practicado, parecen haber sido los efectos de la división del trabajo”. Henry Fayol en 1916 argumentaba que “el objetivo de la división del trabajo es producir más y mejor trabajo con el mismo esfuerzo”, de modo que trabajadores y directivos enfocados en ciertas tareas puedan mejorar su habilidad para desempeñarlas y obtener mejores resultados.
Las aportaciones teóricas de Smith y Fayol surgieron de la observación del trabajo en grandes fábricas con muchos empleados. Emprendedores y pequeños empresarios con pocos trabajadores pueden beneficiarse poco de la división del trabajo, al menos internamente dentro de sus empresas. Son hombres y mujeres orquesta, que deben atender la dimensión productiva de sus empresas, al mismo tiempo que la comercial, la económico-financiera, la legal, la contable y fiscal, y todas las que sean necesarias para sacar adelante su actividad. Como mucho, consiguen dividir el tiempo disponible para ir “apagando fuegos”, priorizando sobrevivir a ser más eficientes en sus procesos.
La única posibilidad para las empresas de muy reducida dimensión, para acceder a las ventajas de la especialización que permite la división del trabajo, es recurrir a la colaboración con otras empresas más enfocadas en las actividades que necesitan. Si coordinar internamente todas las tareas es complejo, hacerlo externamente añade un plus de dificultad, ya que no se puede recurrir a la autoridad, sino a la negociación para conseguir recomponer el puzle y crear una ventaja competitiva basada en la colaboración.
Esta contratación externa de especialistas incrementa los costes de las pequeñas empresas, por lo que deben competir en diferenciación, enfocándose en la eficacia que facilita conocer mejor lo que quieren sus clientes, y aprovechar su mayor cercanía para escucharles y pivotar, desarrollando estrategias emergentes. Siendo pequeños no es posible ser buenos en todo internamente, es necesario dividir el trabajo, especializarse, y colaborar para ofrecer la diferenciación que aprecian los clientes.