Jerez

Infancia y guerra. Kanita Mukanovic, Bosnia-Herzegovina

Kanita ha sido una niña de la guerra de Bosnia. Actualmente trabaja en CEAin como referente del programa de prevención y acción contra la trata de personas

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Kanita Mukanovic

Kanita Mukanovic,

Conocí a Kanita cuando comenzó a trabajar en CEAin como referente del programa de prevención y acción contra la trata de personas. Lo primero que destaca de ella es su sentido del humor y un entusiasmo arrollador por todo. Cada vez que Kanita atiende a alguien que entra en CEAin, lo hace con una tenacidad inigualable, escuchando con empatía y analizando paso a paso de qué manera acompañar a la persona que tiene delante para ayudarla a conseguir su objetivo, por difícil que parezca en un principio. Tiene una energía inagotable y eso se contagia a todo el equipo. Consigue la nacionalidad española en 2019 y el día de la jura de bandera llega un poco decepcionada a CEAin, pero nos hace reír a todos, como siempre, relatando su experiencia: «Pensaba que iba a ser muy solemne, como en las películas americanas, yo iba muy bien peinada y vestida para pronunciar mis palabras, pero al final ha sido muy frío y burocrático, no había ni juramento ni bandera».

“De pequeña, para mí el paisaje normal era el de la destrucción. Yo jugaba entre escombros y coches destrozados”

Un día le pido acompañarme a unas jornadas de feminismo y diversidad, y ella prepara una interesante ponencia acerca de la evolución histórica de la lucha de las mujeres en su país, Bosnia-Herzegovina. Mientras busca imágenes en Google, se cruza con una que le resulta extrañamente familiar y le provoca una sacudida interior. Es una foto tomada por un reportero de guerra a un grupo de niños de diferentes edades que sonríen delante de una pared llena de pintadas. El mayor de ellos empuña un rifle. Kanita entonces se da cuenta de que la niña de unos cinco años que lleva un gorro de lana color rosa fucsia es ella misma. «Nunca había visto esa foto, pero enseguida recordé al periodista y recordé aquel momento. Esos niños eran mis vecinos, y al perro que aparece en la foto le dábamos de comer entre todos porque perdió a sus dueños…».

Kanita ha sido una niña de la guerra de Bosnia. Mientras otros crecimos viendo las terribles imágenes de aquel conflicto en los televisores de nuestras casas, ella estaba allí. Cuando se inició el conflicto tenía tres años. La capital, donde ellos vivían, estuvo bajo asedio constante durante cuatro años.

«De pequeña, para mí el paisaje normal era el de la destrucción. Yo jugaba entre escombros y coches destrozados. La primera vez que vi un coche con un aspecto y color normal, fue cuando ya era mayor. El sonido de las granadas cayendo era lo habitual: cada veintidós segundos caía una granada en Sarajevo. Mis abuelas vivían a cuarenta minutos y pasé cuatro años sin verlas. Mi abuelo murió y no pude ir a su funeral. La primera vez que vi un plátano en mi vida fue porque un periodista se los regaló a mi padre, yo no sabía ni lo que eran. Nosotros comíamos lo que venía en las cajitas de ayuda humanitaria de Cáritas que nos enviaban una vez al mes: alubias, leche en polvo… cosas básicas. Traía un paquete de galletas, parecidas a las María, que no sabían a nada, pero a mí me encantaban».

Kanita me cuenta que un día, mientras jugaba, vio a dos mujeres comiendo cosas del suelo, así que ella fue a buscar un trozo de pan a casa para dárselo. «Llevaban dos días sin comer nada. Estaban muy agradecidas y me regalaron pasta dental. Para mí, de adulta, algo como poder tener pasta dental es importante, no me olvido».

Los padres de Kanita lo perdieron todo en cuestión de unos días. «Mi padre jamás había cogido un arma y tuvo que hacerlo. Una vez le dispararon y la herida aún le duele cuando hace mucho frío o mucho calor. Se iba varios meses y volvía muy delgado, con barba, yo casi no le reconocía. Recuerdo que al llegar siempre se acostaba a mi lado».

«En mi país se vivía en armonía hasta que surgieron los nacionalismos, por eso me dan tanto miedo. Nadie recapacitaba y empezaron los ataques. Daba igual de qué lado estuvieras, se mataba a los civiles, disparaban a todo lo que se movía».

Hay un recuerdo de aquella época que destaca por encima de los demás, es un recuerdo de color blanco. «Yo tenía unos cinco años y una granada detonó muy cerca de mí. Mi hermana me agarró y me escondió en un portal. Cuando intentamos escapar de allí, todo estaba lleno de escombros y había un señor tirado en el suelo, lo recuerdo como si estuviera dormido y cubierto de un polvo muy blanco. Más tarde vi fotos de aquel bombardeo y el cuerpo de aquel señor estaba descuartizado. Mi hermana me confirmó que así lo vio ella también, pero mi mente de niña lo transformó en un recuerdo blanco para protegerme».

Kanita piensa que la atención a la salud mental en el acompañamiento a víctimas de conflictos es fundamental y que es una asignatura pendiente en la que hay que trabajar para seguir mejorando. «Cuando mi madre viene a visitarme, sigue apretándome muy fuerte la mano cuando vamos a cruzar la calle, y yo ya tengo más de treinta años. La carga psicológica que ella tuvo durante la guerra fue indescriptible, yo entonces no lo entendía, pero ahora la admiro. Pienso “si yo pasé tanta hambre, ¿cuánta pasarían ellos?” Ella no contó con la ayuda psicológica que hubiera necesitado, en ese momento el pensamiento es “he sobrevivido y lo demás no importa” pero sí que importa, hay que trabajar y prevenir los traumas. La guerra no sólo la sufres cuando te está pasando, la sigues padeciendo muchos años después».

El país tardó años en reconstruirse, Kanita me explica que mucha gente se marchó en cuanto pudo porque no les quedaba nada: «Pierdes tu vida, tu casa, todo por lo que has luchado. Yo lo sé porque lo he vivido, pero esto es algo que no deberías tener que vivir para entenderlo, deberíamos ser capaces de comprenderlo todos».

Kanita estudió Derecho en la Universidad de Sarajevo y convalidó su título en España a través de la UNED. Conoció a Jorge, su marido, en 2008 cuando estaba destinado en Bosnia como soldado en una misión de paz. Jorge es ecuatoriano y mantuvieron una relación a distancia por varios años, hasta que Kanita vino a España con un visado de estudiante para hacer un máster de Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos en la Universidad de Cádiz.

«En una guerra no hay derechos humanos, las personas quedan en una situación extremadamente vulnerable, especialmente las mujeres y la infancia. Ahora me apasiona luchar por los derechos de otras personas con mi trabajo porque en su momento otros lucharon por mis derechos y los de mi familia».

Actualmente, Kanita y Jorge viven en San Fernando junto al hijo que han tenido hace unos meses, Adi, y sus otros dos hijos peludos: el gato Lilo y el perro Dante, que son estrellas en su canal de Instagram donde Kanita cuenta las aventuras de su día a día, a la par que conciencia sobre el respeto a los derechos de los animales. «De niña vi con impotencia a muchísimas mascotas sin hogar que pasaban hambre y frío. Desde pequeña tengo el sueño de construir un refugio para animales en Sarajevo, ya que no existe ninguno. Espero conseguirlo algún día».

 

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