Florentino Pérez no es Santiago Bernabéu, aunque siempre haya querido parecerse al viejo pescador de Santa Pola. Bernabéu tenía una pequeña barca con la que navegaba lentamente junto a la orilla de la playa por un cálido Mediterráneo, y gastaba unos pantalonazos color gris sujetos por unos tirantes que los ubicaba a la altura del tobillo. Bernabéu tenía una intuición inusual para el fútbol y para atisbar el futuro, una inteligencia cosida a mano, un porte entre señorial y pueblerino, y un humanismo que había adquirido en misa de doce. Y Florentino habita en el gélido ámbito del Ibex. Florentino está rodeado de asesores, pero no puede evitar la voz nasal cuando algo se tuerce mínimamente en alguna de sus comparecencias públicas. Con techo o sin techo, con inversión de 500 millones de euros o sin ella, el viejo estadio de Chamartín siempre recordará a Don Santiago Bernabéu.
Bernabéu jamás se hubiera entrometido en ofertas laborales al entrenador de la Selección Española a sólo dos días del primer partido de un Mundial. Florentino sí lo hizo. Sus artimañas descabezaron en junio a la Selección cuando todos los aficionados del país soñaban con la Copa del Mundo. Luego, al décimo partido de Liga, cuando el Madrid perdió (5-1) en el Nou Camp, Florentino despidió fríamente a Lopetegui, y no es fácil recordar una respuesta tan humillante a una situación que exigía un punto de generosidad, si no de grandeza.
Lopetegui, desde que aceptó la oferta del Madrid, fue una persona en la que -para muchos- prevaleció el perfil de la mediocridad, pero su lento y triste final tiene ciertos ribetes de tragedia griega. Porque desde la salida de Rusia, despedido por Rubiales, su posterior acto de presentación entre lágrimas de emoción como entrenador del Madrid, y sus paseos por el área técnica a raíz de que perdiera la Supercopa frente al Atlético, Lopetegui se parecía al que fuera entrenador del Rayo, no el seleccionador nacional. Es conocido por todos que el ser humano pierde su belleza con el paso de los años. Pero no existen antecedentes de que alguien pierda el carisma en cuestión de días. Lopetegui se dejó el carisma en Rusia. En el Madrid parecía el protagonista de aquella obra teatral titulada ‘El poema de Guilgamesch’, al que decían: “No te obstines en recuperar la fuerza de tus primeros años, porque la flor de la vida y el remedio contra la angustia no existen”.