Entramos en los primeros compases del verano y también se adelantan con el cambio climático las celebraciones de las tradicionales fiestas y romerías que se suelen celebrar en localidades de la provincia, así como la presencia por estas fechas de la pléyade de músicos y cantores que comienzan a tener entrada en nuestra tan atraída piel de toro. Como los más adelantados anunciadores de la época estival, llegan hasta nosotros con todo tipo de cachivaches, instrumentos musicales, violonchelos, trompetas, saxofones, violines y demás atractivos artísticos, turistas en el orden que ustedes los quieran clasificar, procedentes en su mayoría de los países del este y también de los países nórdicos de Europa. Precisamente el pasado domingo, sin ir más lejos, coincidí con una rubita de ojos azules, toda una preciosidad, procedente del país del fletán, y vaya los elogios que le dedicó a nuestras playas con una acento castellano que, seguro, ya quisiéramos algunos de nosotros. Claro que, todo hay que decirlo, son ya varios los años que ha elegido España, y de manera especial Huelva, para pasar los meses del verano.
Pero, vayamos a estos músicos y cantores, malabaristas, magos, adivinadores del futuro individual de cada uno, por el hecho se trabajar sobre las “rayas” de la mano. Los hay auténticos artistas, bohemios, errantes de país en país, callejeros, pernoctando bajo la mejor techumbre elegida, la bóveda celeste. Flautistas, hombre y mujer, trompetistas vistos en la calle Concepción, con sus partituras e instrumentos musicales, actuando por la dádiva del viandante, como si estuviesen dando el mejor concierto del mundo, en plena calle, como el más cercano espacio para poder subsistir o tirar para adelante, haciendo caminos. Instrumentistas de todo tipo que le dan tonalidades y vida a nuestros rincones, calles y lugares turísticos de Huelva y la provincia. Emparejan sus necesidades de supervivencia con los impulsos del ingenio, las habilidades, el arte, a pesar de que la mayoría de ellos tan solo chapurrean el español. Y van y vienen, y recorren toda la costa onubense llevando el mensaje de la necesidad, pero también el de las costumbres y tradiciones culturales como los mejores embajadores de las mismas.
Mariachis venidos del país azteca, que en sagrado rito no pierden la comba y no ocultan el placer de hallarse en la “Patria madre”, recorren, como todos, nuestro litoral de costa a costa, poniéndoles a los atardeceres vespertinos notas musicales agridulces y románticas. Cantores y músicos que se integran al marco insoslayable del acontecer de los meses de verano. Y con ellos, esos otros artistas senegaleses que nos llegan con sus artesanales bolsos de pieles, monederos, correas, sombreros, relojes, pulseras, y también con el atractivo quehacer de sus ondulados y artísticos peinados de tirabuzones, que realizan a jóvenes y mayores. Una ejemplar prueba de humanidad en el milenio de la comunicación. Que cunda el ejemplo como la mejor manera de abrir fronteras a través del arte y principalmente de la música, que cuenta con la etiqueta que no se quiere entender que amansa a las fieras.